Jueves, 28 Marzo 2024

El descreimiento y el "despabílate"

Publicado el Domingo, 29 Enero 2023 19:38 Escrito por

Ya es común escuchar que muchos jóvenes, y familias jóvenes, no sólo descreen de la política, sino de la posibilidad de vivir en una sociedad económica y socialmente estable, con posibilidades de progreso y bienestar.

Ya de por sí, los jóvenes se ven ante la asfixia de una vida que no ofrece expectativas de felicidad. Hasta para constituir una familia. Ven como imposible lograr un trabajo seguro, medios económicos para vivir dignamente, y sienten que resignadamente tienen que seguir viviendo con seguridad en casa de sus padres y hasta con sus propias familias, porque encuentran que lograr una vivienda propia está fuera de su alcance. Y esto ocurre en todo el país sin excepción.

¿Y qué pensar de los de edad intermedia y adultos mayores, que han vivido toda suerte de peripecias e inestabilidad durante décadas y solamente algunos relativos buenos años dependiendo de gobiernos más o menos progresistas a los que han apostado la esperanza de una vida mejor? También han llegado hasta ellos la desilusión y el desencanto. Tienen conciencia de que la suma de esfuerzos y de trabajo acumulados se les diluye en un presente y futuro de inseguridad que no es, sólo económica, sino también física ante la delincuencia, el abandono del cuidado, de la salud y esperanza de contención.

Esta situación afecta a todos por igual en la Argentina. El economicismo impuesto en la vida cotidiana, en la enseñanza de las universidades, en el comercio, agro e industria, reemplaza valores de la persona. En unos, por su materialismo, avaricia y ambición; en otros, por miseria, asfixia y supervivencia. La desigualdad producida por los responsables económicos y políticos afecta a todos. Esto, aparentemente tan remanido, aún no cala en nuestra mentalidad. Por eso estamos como estamos. La resignación, indiferencia y desánimo de los que se paralizan por descreer de su capacidad de cambiar las cosas, afecta también a todos. En esta obscuridad del horizonte de las conciencias, hay como una amnesia colectiva inducida, hecha para mantener esa parálisis y estancamiento para que nada cambie. Y es inducida porque hay responsables. A ello ayuda que hay un olvido de que somos comunidad y que nos necesitamos los unos a los otros, y que de las acciones de unos y otros devienen consecuencias para todos.

Se trata, como dijimos, de cambiar la mentalidad. De una mentalidad individualista en cualquier sentido –de avaricia o de resignación- a una mentalidad de solidaridad necesaria, efectiva y posible. Se trata, en segundo lugar, de exigir una justa distribución de la riqueza producida por el trabajo al que todos tienen derecho, para generar más trabajo, para la vida, para una convivencia justa y saludable.

Es una falacia que la Economía sea el arte de la administración de lo escaso –o de bienes escasos- ante necesidades infinitas. Es un pensamiento salvaje. La Economía en realidad es la administración de los recursos que pone a disposición la naturaleza y de los producidos por el hombre, para que toda una comunidad pueda vivir y desarrollarse, y donde frente a estos recursos, las necesidades en realidad no son infinitas, sino absolutamente colmables; infinitos son los deseos -no necesidades- de los que se apropian y acumulan bienes.

No hay crecimiento real de una sociedad si no hay un crecimiento de lo social, devenido necesariamente de la justa administración Económica. Y no hay un crecimiento real de la Economía si no hay crecimiento de lo social. El crecimiento de la riqueza de unos pocos –siempre producida por los que trabajan-, no es crecimiento real si no es para todos. ¿De qué tipo de crecimiento habla entonces el gobierno nacional? En la lógica del Neoliberalismo o semi-liberalismo, o capitalismo social –que no existe- como le quieran llamar, no es posible una justa distribución de la riqueza, porque no hay lugar para lo social. En ese contexto no se concibe lo social nada más que como medio para producir ganancia, en lugar de distribución de recursos para vivir dignamente. Por ello se habla de horas-hombre, costo-beneficio, productividad... La persona como medio económico. ¿Dónde está el concepto de lo humano allí? El crecimiento o la recesión en una sociedad se vislumbra en la economía doméstica. Es el auténtico indicador.

Existe una decadencia no de la Política, sino de los Políticos que hacen un determinado tipo de política. No se preocupan de los verdaderos intereses de la patria que somos todas las personas de este país. Están los Grupos de Poder, que tradicionalmente buscan la rentabilidad privada e infinita sin importarles las necesidades ni el progreso de la comunidad en la cual viven; están los Políticos, que defienden los intereses de aquéllos principalmente y sus propios beneficios económicos y de poder; están los que dicen demagógicamente gobernar en nombre del Pueblo –todos los políticos se atribuyen este mandato, pero aún conferido, no cumplen sus deberes de hacer el mayor bien- pero que en realidad no cumplen con las demandas populares que exigen decisión, firmeza, contención en función del bien común, en lugar de promesas, retrocesos, cobardías, tibiezas y amiguismo en función de los que más tienen. Entonces, ¿cómo no hablar de descreimiento si no se ve salida con este tipo de política?

¿Habrá que despabilarse? ¿Quiénes? ¿Los Políticos? ¿Los que nos gobiernan? ¿La ciudadanía?

Se acercan las elecciones y vergonzosamente comienzan a auto-candidatearse políticos que ya conocemos por sus obras o desconocemos por sus obras. Y más vergonzosamente aún oportunistas que adelantan las elecciones –especialmente provinciales- especulando con la intención del continuismo y de un lugar de negociación en la escena política nacional. Muchos justificándose como defensores vernáculos de sus provincias o distritos y disfrazados de federalistas, pero hipócritamente jamás integrados a una política nacional.

El País se encuentra ante una crítica y peligrosa situación por la decadencia cómplice de sus políticos. El ideologismo comienza a visibilizarse más que en tanto idea, como justificativo de posiciones extremas que desamparan a la población ahondando su indefensión. La progresiva desaparición del Derecho en nuestro País y de los derechos, la utilización de la Ley y de las Instituciones del Estado en función de intereses políticos y privados, tanto nacionales como provinciales, pone en tela de juicio y conmueve los principios de organización del Estado y de la sociedad misma.

Hoy, más que nunca, no es el gobierno solamente; no son los políticos, los empresarios, los sindicalistas, los gobernadores solamente; sino la sociedad argentina la que tiene que despabilarse. Porque no se puede seguir permitiendo que estos sectores se arreglen o acomoden entre ellos en función de sus intereses económicos y electorales mientras el pueblo argentino siga como un convidado de piedra sufriendo las consecuencias de sus decisiones.

No corresponde que otros nos digan lo que tenemos que hacer. El paternalismo es obsecuencia e incapacidad. Porque no se puede aceptar el cinismo de justificar que queremos lo mejor para el país hundiendo al país, y asociándonos con los Grupos de Poder locales y extranjeros que nos sumen en la pobreza y desesperanza. Dividiendo en lugar de unir. Cerrando los ojos a cualquier esfuerzo en común para salir de la crisis. Porque no hay que aceptar que se hable de Federalismo cuando vemos que muchos hacen centralismo propio de acuerdo a sus intereses e intenciones. Por último, no hablemos más de crecimiento económico cuando los únicos que acrecientan su riqueza son los que más tienen.

En la sociedad argentina, en cada provincia, en cada ciudad, en cada localidad, necesitamos liberar el inconsciente y actuar. Decir en voz alta lo que sentimos, lo que sufrimos, lo que pensamos. Necesitamos debatir; necesitamos discusión, cuestionamiento, ideas, nuevos modos de organizarnos como sociedad, institución, Estado y Gobierno. Necesitamos hacer y nos debemos participar y exigir participación; terminar con el desamparo. Político, legal, laboral y social. Necesitamos crear ámbitos y espacios de discusión no institucionales, ampliamente libres, transparentes, democráticos e inclusivos.

Todo esto tal vez sirva para disipar la nube de oscurantismo y maldad que nos rodea cuando no nos atrevemos a llamar las cosas por su nombre y actuar en consecuencia.

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