Sábado, 27 Abril 2024

Contra el Pueblo

Publicado el Jueves, 04 Enero 2024 11:22 Escrito por Guillermo Ricca*

El gobierno de Javier Milei, y el de algunos imitadores a distancia, en las provincias, parece desconocer dos consejos contrafácticos de Nicolás Maquiavelo. El agudísimo florentino, como le llama Spinoza en algún pasaje del Tratado político, dice que toda ciudad está dividida por dos humores contrapuestos: el de los pocos que quieren dominar a los muchos y el de los muchos que no quieren ser dominados.

El consejo de Maquiavelo es que el príncipe nuevo—cualquier gobernante que inicia su gobierno—debe apoyarse en el humor de los muchos que no quieren ser dominados y no en el de los pocos que quieren dominar y, esto, por una razón: la multitud no tiene mucho—o nada, a veces—que perder; por lo tanto, su furia puede ser temible, como lo muestra la experiencia. Experiencia que filósofos como el propio Spinoza y también Tomás Hobbes llevaron al plano conceptual de la teoría política.

Pero hay otra reflexión de Maquiavelo que los tiranos suelen desoír o simplemente ignorar: los pueblos que han experimentado la libertad, es decir, la libertad de hablar y de actuar, de construir lo común y de instituir derechos, muy difícilmente renuncian a esa libertad o, mejor aún: es imposible hacer que la olviden por la fuerza o por la acción violenta de los aparatos de dominación.

Milei ha repetido en muchas ocasiones que la justicia social es una aberración. Expresarse de ese modo denota una ignorancia sorpresiva, cuando no un apasionado desprecio por el humor de los muchos y por la experiencia histórica del pueblo argentino.

Aquellos que gobiernan con Milei pueden darse el lujo de despreciar al mismo pueblo que gobiernan porque en caso de fallar, están a un vuelo de sus destinos extranjeros. No les importa nada el destino de los millones de argentinos que padecerán las consecuencias de sus políticas por generaciones, menos aun de los millones que los votaron, a quienes consideran menos que ganado destinado al matadero.

Efectivamente: la idea de sacrificio, de que es necesario sacrificarse, no determina cuáles son las vidas sacrificables, quienes serán sacrificados, y cuáles de esas vidas son duelables. Judith Butler ha reflexionado largamente sobre las vidas no llorables, las vidas que no le importan a nadie en el contexto del neoliberalismo. Obviamente, no son las vidas de la casta, no son las vidas de Mondino, de Caputo ni de Macri and Friends.

De hecho, las primeras medidas del gobierno de Milei benefician de manera directa a familiares de Caputo y de Mondino escandalosamente: en el caso del amigo de la infancia del presidente—el presidente Macri—se trata de la estatización de la deuda de empresas de su familia, importadores de insumos para el ensamblaje de artefactos electrónicos en Tierra del fuego. En el caso de Mondino, con medidas que benefician a un banco de su propiedad. El problema es que esas vidas, las vidas de la casta, de los chetos de Recoleta, como les llamó el gobernador de Córdoba, Martín Llaryora, parecen ser las únicas que interesan a las víctimas de tales políticas, como ha quedado de manifiesto en la última elección. Se trata de un enigma que Spinoza formuló de manera memorable en el Prefacio del Tratado Teológico político: “luchan por su esclavitud como si se tratara de su salvación”.

El tema no es nuevo. Parece ser una constante humana que puede rastrearse hasta en textos bíblicos. En efecto, en uno viejísimo, escrito durante el reinado de Salomón, se nos narra la historia de José, el menor de los hijos de Jacob. Por envidia de sus hermanos, José termina como esclavo en Egipto dónde su figura cobrará relevancia a partir de interpretar un sueño del faraón; el famoso sueño de las siete vacas gordas que bajan a beber agua en el Nilo, seguido por el sueño de las siete vacas flacas que repiten la escena. Como es sabido, José interpreta el sueño como augur de un porvenir de hambre para el cual habrá que precaverse. El propio faraón encarga la tarea a José quien, aumenta los impuestos y tributos en cereal y animales a toda la población, menos a la tribu sacerdotal y a la corte. El discurso que justifica tal extorsión es la venida de siete años de sequía y hambruna. Cuando el pueblo ya no tiene más que dar, José les recuerda que aún se tienen a ellos mismos y sus hijos, que pueden salvar su vida pasando a ser esclavos del faraón. El pueblo sigue a José y se esclaviza voluntariamente al faraón. No sólo eso: a viva voz, exclaman: “gracias a José hemos salvado la vida”. Es quizás el más antiguo texto de justificación ideológica de la dominación de unos pocos (sacerdotes y nobles) sobre la multitud hambreada y, a la vez, feliz de haber realizado el sacrificio.

Se trata de un enigma que Spinoza formuló de manera memorable en el Prefacio del Tratado Teológico político: “luchan por su esclavitud como si se tratara de su salvación”.

En caso de que Milei tenga un sujeto político, éste parece estar ensamblado por dos sectores que aparecen también como una constante en la historia de la filosofía política: el vulgo—o, en términos de Marx: el lumpen—y las oligarquías.

Curiosamente, tanto unos como otros se oponen al pueblo. Oligarquía y vulgo odian al pueblo (demos), el sujeto político de la democracia, de la institución de la justicia social, de los derechos de igualdad, del “derecho a tener derechos”, tal la condición política de la ciudadanía, como alguna vez la definió Hannah Arendt. Odian al sujeto que dinamiza la vida de las sociedades modernas y que señala el conflicto constitutivo que anida en ellas. El pueblo es el lugar en el que el ruido de la queja se transforma en voz, en discurso, en lucha política, en consigna que moviliza, organiza, articula. Se necesita de la fuerza de la dominación oligárquica y de la fuerza del resentimiento para intentar silenciar a las fuerzas del pueblo.

Las fuerzas del resentimiento fueron movilizadas en la elección y las fuerzas de la dominación oligárquica se movilizan ahora, incluso, por fuera de la ley y de la Constitución, en contra del pueblo. Dominación y resentimiento, en eso consisten las “fuerzas del cielo”.

La otra superstición en la que parece confiar el gobierno—además de la creencia en la autoinmolación de millones de personas en las fauces del mercado—es que el propio mercado de capitales nos traerá el paraíso en quince o treinta años (la fecha siempre es incierta, como en todas las escatologías).

Ante tanto desatino, el pueblo sabe algunas cosas, aunque no se la cree. Algo de lo que deberían tomar nota las “fuerzas del cielo”.

* Prof y Lic. En Filosofía, Dr. en Estudios Sociales de América Latina. Docente del IFDC VM.

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