En junio de 1968 Diane di Prima había dejado atrás Nueva York y se había instalado en San Francisco, en una casa de catorce habitaciones, con sótano y patio, donde una decena de amigos, más algunos «que acababa de conocer» y un par de parejas con siete niños se habían instalado también. Por entonces, Di Prima, que tenía 34 años, había publicado ya varios libros de poesía –Los pájaros de esta especie vuelan hacia atrás, El nuevo manual del cielo o Poemas para Freddie– y estaba en el punto de mira del FBI por el contenido obsceno de varios de los versos que había publicado en el boletín literario The Floating Bear.
«Llevaba una vida esquizofrénica. Todas las mañanas me iba a meditar al Centro Zen de la calle Bush, así que me acostaba a las diez, mientras abajo la gente bailaba en el salón con las botas puestas o celebraba conferencias sobre la guerra: se hablaba de dónde dejar a los niños cuando empezaran los tiros», rememora la propia escritora en el epílogo de Memorias de una beatnik.
El libro era un encargo de un viejo conocido, un editor francés, Maurice Girodias, para quien la poeta había trabajado ya anteriormente componiendo algunas escenas de sexo para incluir en novelas de otros. Concebido para pagar las facturas y el alquiler, como ella misma reconoce aquella era la primera vez que escribía «un libro así» por dinero. «Así que, después de meditar por la mañana y almorzar comida macrobiótica, me sentaba frente a la máquina de escribir, junto a aquella ventana que parecía un regalo de los dioses, y repasaba páginas y páginas de recuerdos, mientras en la habitación entraba y salían Panteras Negras y Panteras Blancas, Ángeles del Infierno, loros, grupos de rock, camellos chinos e indios de todo tipo, niños sin pañales», comparte. Cuando las páginas no eran suficientes, su editor contestaba con una simple indicación: «Más sexo».
Y Di Prima, que en estas memorias fantasea, inventa y recuerda, cumplió. Desde la primera vez de su protagonista hasta la tórrida escena sexual del final –una orgía en la que participan también otros iconos de la Generación Beat como Jack Kerouac y Allen Ginsberg–, en Memorias de una beatnik, que ahora rescata Las afueras con traducción de Luis Rubio, el sexo es el hilo conductor del retrato de una época: las convulsiones políticas y sociales de década de los 50 y 60 en Estados Unidos, el descubrimiento de las drogas, la liberación sexual, la experimentación y el surgimiento del movimiento Beat.
Pero, aunque están lejos de ser unas memorias al uso, Di Prima se inspira en sus propias vivencias y encuentra espacio para rememorar en estas páginas sus propios orígenes. Nacida en 1934 en una calle casi marginal de Brooklyn, de padres norteamericanos, sus abuelos eran italianos. «Teníamos el patio lleno de parras y tomateras. Tenía diecisiete tías, el mismo número de tíos y veintidós primos que me habían enseñado a considerar hermanos y hermanas. Mis abuelos no sabían leer ni escribir, pero mis padres, con inflexible determinación, habían logrado estudiar y se habían convertido en ‘profesionales’», escribe.
De su breve paso por la universidad, que abandonó para irse a vivir con dos amigas, la escritora se nos muestra como una mujer libre e independiente, que experimenta con el sexo y las drogas, mientras va encadenando un trabajo tras otro para sobrevivir. De posar desnuda para fotografías eróticas hasta el absurdo encargo de fingir ser la amante en la cama de un hombre, con el beneplácito de su mujer, para que la ley les concediera el divorcio a ambos, con tono de humor, la poeta comparte además que, sin dinero y sin alquiler, durante un periodo de su vida durmió a la intemperie en el parque de Washington Square y trabajó de modelo para pintores.
«Eran personas agradables y amistosas que habían crecido durante la Depresión y que habían comenzado a practicar lo que en los años treinta se había dado en llamar ‘realismo social’, gente que tenía la sensación, triste y persistente, de que el mundo había cambiado desde su época, y buscaban con amable determinación el modo de descubrir en qué consistía aquel cambio», analiza agudamente.
Entre los múltiples trabajos que la poeta enumera, fue cuando ejercía de librera por un mes cuando «descubrió» a la Generación Beat. «Entró un cliente y preguntó por La dama vestal de Brattle, el primer libro de Gergory Corso, que acababa de editarse en Cambridge –narra–. Por aquel entonces, todavía no se hablaba de poesía beat; así que se trataba de un libro de poemas como cualquier otro. Cuando se fue, me acomodé en la puerta de la tienda para leerlo yo también».
Di Prima, que fue una de las pocas mujeres cuyo nombre logró despuntar dentro de la mítica generación, reconstruye a lo largo de estas memorias los inicios de aquel movimiento literario. «En Nueva Orleans acababa de salir la primera de las revistillas prebeat con el argot hip que todos utilizábamos con orgullo y devoción. Se llamaba Clímax y la editaba Bob Cass, un aventurero rubio y atractivo, que también se ocupaba de pasar los textos a máquina, imprimirlos y graparlos. Clímax mezclaba noticias de jazz y literatura. El jazz era para nosotros el arte más importante del momento».
«El jazz era para nosotros el arte más importante del momento»
Fue entonces cuando escribió su primer libro de poemas, Los pájaros de esta especie vuelan hacia atrás –«Pete y Leslie me dijeron muy serios que sería imposible publicarlo porque nadie iba a entender ni una sola palabra de mi jerga callejera», ironiza–, en medio de una época completamente desoladora. «Sobrevivimos al horror de las elecciones de 1956, igual que habíamos sobrevivido al horror de las ejecuciones de los Rosenberg y la revolución húngara: paranoicos, pegados a la radio y sin parar de preguntarnos dónde podríamos exiliarnos», describe.
La escritora habla de los años del miedo a la guerra nuclear, la planificación urbanística y las redadas secretas. Aumenta el consumo de drogas cocaína, opio y heroína. «Nuestra mayor preocupación era mantenernos íntegros (dedicamos mucho tiempo y energía a definir el concepto de ‘venderse’) y mantener nuestra actitud cool: una claridad radical en medio de la aterradora indiferencia y el sentimentalismo que nos rodeaban –‘la sensiblería de los medios de comunicación’–, buscábamos consuelo, elogios y amor los unos en los otros, y nos cerramos al resto del mundo».
Era 1956 y Allen Ginsgberg acababa de entrar en escena con su poema Aullido, obra cumbre dentro del movimiento beat. «Sabía que el tal Allen Ginsgberg, quienquiera que fuese, nos había abierto nuevos caminos a todos nosotros por el mero hecho de publicar aquello –escribe–. Todavía no sabía que significaba, ni hasta dónde nos llevaría».
«El poema también me produjo cierta pesadumbre –continúa–. Se suponía que, si había una persona como Allen, tenía que haber más aparte de mis colegas, otros que también escribían lo que oían, escribían como hablaban, que vivían ocultos y marginados, escondiéndose aquí y allá, y que ahora, de repente, estaban a punto de hablar en voz alta. Tenía la impresión de que Allen solo era, solo podía ser, la vanguardia de algo mucho más grande».
No se equivocaba. Poco después Jack Kerouac publicaba En el camino y William S. Burroughs hacía lo propio con El almuerzo desnudo. La Generación Beat cambió la historia de la literatura en Norteamérica. La propia Di Prima, que termina estas memorias con el embarazo de su primer hijo –tendría otros cuatro a lo largo de su vida–, se consolidó como una voz fundamental dentro del movimiento. Ya instalada en San Francisco desde finales de los años 60, vivió en California hasta su muerte en 2020. A lo largo de su vida, publicó treinta libros de poesía y prosa entre los que destacan Revolutionary Letters y Loba.
Larry Sultan es uno de los referentes de la corriente intimista, la fotografía que en la década de 1970 ya no documenta lo que sucede en la calle, en las grandes ciudades, con el fotógrafo recorriendo y retratando un país, y se dedica en cambio a documentar la vida íntima, el pequeño mundo que habita cada persona.
Su obra más famosa es la serie que produce durante la década de 1980 hasta 1992, compilada en un libro que se llama Pictures from Home (Fotos de casa). Una serie que retrata la vida hogareña de sus propios padres, en la casa de éstos en los suburbios de Los Ángeles y en la comunidad de jubilados de Palm Desert.
Observamos aquí un buen ejemplo de cómo este fotógrafo, combinando lo documental con lo escenográfico, lo espontáneo con lo trabajado minuciosamente, logra una estética muy personal para retratar el paisaje privado tanto físico como psicológico de los individuos.
El Ministerio de Cultura dio a conocer al jurado de la segunda edición del Concurso Premio Nacional de Novela “Sara Gallardo”, certamen que tiene como objetivos reconocer la creación y la calidad literaria de autoras argentinas -cis, lesbianas, travestis, transexuales y transgénero-, difundir la diversidad de miradas y voces dentro del escenario narrativo actual, y premiar la mejor novela publicada en nuestro país en el último año.
La convocatoria de la edición 2022 del concurso realizada a través de la Secretaría de Desarrollo Cultural y su Dirección Nacional de Promoción de Proyectos Culturales fue prorrogada hasta el 8 de mayo, y se orienta a fortalecer políticas culturales con perspectiva de género que contribuyan a la erradicación de las disparidades existentes y que garanticen la igualdad de oportunidades.
La autora ganadora de la novela recibirá una suma de $600.000 en concepto de premio, y también habrá 5 menciones honoríficas, cuya selección estará a cargo del jurado que presentamos a continuación.
María Rosa Lojo
Nació en Buenos Aires en 1954. Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires, alcanzó la categoría de Investigadora Principal en el CONICET; es docente universitaria y directora del Centro de Ediciones y Estudios Críticos de Literatura Argentina en la Universidad del Salvador (Argentina). Fue electa miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española y Miembro de Honor de la Real Academia Gallega.
Su obra poética incluye cinco libros de microficciones líricas y el poemario Los brotes de esta tierra (2022). Su narrativa comprende nueve novelas y cinco libros de cuentos: la novela Solo queda saltar (2018) y la colección de cuentos Así los trata la muerte (2021) son los títulos más recientes. Fue traducida a varios idiomas y recibió premios nacionales e internacionales, entre otros, el Primer Premio de Poesía de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires 1984, el Primer Premio Municipal de Narrativa de Buenos Aires, el Premio de Cuento y el de Novela del Fondo Nacional de las Artes, el Premio del Instituto Literario y Cultural Hispánico de California, el Premio Kónex, el Premio Internacional de Poesía Antonio Viccaro (Canadá). Su trayectoria literaria fue reconocida con el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (2018), el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (2020) y la Medalla Europea de Poesía y Arte Homero (Bruselas, 2021).
Foto: Rafael Yohai
Respecto de su participación como jurado María Rosa Lojo declaró: “Me encanta integrar el jurado de un premio como el "Sara Gallardo". En primer lugar, por la autora a quien este premio rinde homenaje. La descubrí hace muchos años, en la Biblioteca del Instituto de Literatura Argentina de la UBA, donde encontré un libro extraordinario: Eisejuaz, que de ahí en más formó parte de mis lecturas imprescindibles. Por aquel entonces Gallardo era una narradora estimada, pero de culto, casi secreta. Me parece un acto de justicia poética que se la haga visible dándole su nombre a un premio nacional de tanta importancia, concedido por el Estado. Desde hace mucho tiempo, también, me dedico tanto en el campo de la ficción como en el de la investigación, a trabajar sobre las subjetividades creadoras femeninas, a ponerlas en valor. Siempre hubo una tradición de co-fundadoras de la literatura nacional (desde Eduarda Mansilla o Juana Manuela Gorriti entre otras muchas), pero no era visible ni reconocida más allá de un pequeño grupo de especialistas. Un premio como el "Sara Gallardo" nos remite a esas raíces y las fortalece en la memoria colectiva, mostrando cómo la variada y rica creatividad de nuestras escritoras se expande en el presente. Por eso para mí es un honor y una alegría formar parte de este equipo y de este gran acontecimiento cultural”.
I. Acevedo
Nació en Tandil el 9 de abril de 1983. Vive en Buenos Aires. Publicó los libros de cuentos Trilogía canina (los-proyectos, 2015), Jajaja (Mansalva, 2017), Late un corazón (Rosa Iceberg, 2019), Paquete de fe, (PDF libre, 2020); las novelas Una idea genial (Mansalva, 2010, La Libre-La Flor Azul, 2020), Quedate conmigo (Editorial Marciana, 2017) y el ensayo Horas robadas al sueño (Eloísa Cartonera, 2018).
Durante 2021 publicó el volumen de textos críticos Algo se mueve. El cuento después de Walsh, por Eme editorial y Según la flor / Querida bicicleta, por Puntos Suspensivos ediciones. Durante 2022 publicará Diario de los quince. La aventura de escribir, por la editorial Bosque energético y Abrazo al futuro. Cuentos reunidos, por editorial La Libre. Es profesor de literatura y editor independiente.
Foto: Marla Zakai
Sobre su designación para seleccionar las obras I. Acevedo comentó: “Sin dudas será un enorme desafío elegir la mejor novela (junto con las cinco menciones) dentro de la diversa y valiosa producción literaria de novelas que comenzaron a circular en nuestro país durante el año 2021.
Lo particular de este concurso, que premia a las novelas ya publicadas, es que nos permite poder dar cuenta también del entramado que sostiene esta variedad de voces y estilos, y que se trata del trabajo colectivo de una serie, muy variada también, de editoriales, en especial las más pequeñas editoriales independientes, que continúan redoblando esfuerzos para producir libros en todos los formatos, y garantizar así que la literatura pueda seguir circulando, incluso en contextos tan difíciles como los que atravesamos en los últimos dos años a raíz de la pandemia.
Es mi mayor deseo que podamos encontrarnos con la mayor cantidad posible de textos provenientes de cada rincón del territorio, para que, al seleccionarlos, podamos no sólo premiar a unx autorx y su obra, conjuntamente con el trabajo editorial que sostiene ese libro, sino también acceder, mediante esta distinción, a esas culturas, voces e identidades que a través de la literatura encuentran vía libre a la emergencia”.
Esther Cross
Escritora y traductora. Publicó Bioy Casares a la hora de escribir y Conversaciones con Borges en el taller literario, libros de entrevistas con los autores, escritos en colaboración con Félix della Paolera; las novelas Crónicas de alados y aprendices, La inundación, El banquete de la araña, Radiana, La señorita Porcel y La mujer que escribió Frankenstein y los libros de cuentos La divina proporción, Kavanagh y Tres hermanos. Editó con Ángela Pradelli la antología La Biblia según veinticinco escritores argentinos. Sus libros recibieron los premios Regional, Fortabat, First, Plural y Siglo XXI de Narrativa, entre otros. Recibió las beca Fulbright-Fondo Nacional de las Artes y Civitella Ranieri.
En cuanto al concurso la la escritora opinó: “Celebro la segunda edición del Premio Sara Gallardo como una gran noticia. Qué mejor reconocimiento al valor y la vigencia de una escritora tan admirada por lectores y colegas, innovadora por su lenguaje, su perspectiva y la variedad de su mundo. También lo celebro porque está abierto a todas las autoras en el sentido más abarcador. Espero que la participación sea tan grande como el año pasado, cuando llegaron tantas novelas de escritoras consagradas, de las que recién empezaban y las que escribían hace tiempo pero por distintos motivos no habían alcanzado la difusión merecida. Será una alegría leer cada libro y además, como un regalo, tener la oportunidad de oír las voces de todas las colegas contando sus historias en un mismo momento, con sus diferencias y marcas personales”.
La primera edición del Premio Nacional de Novela “Sara Gallardo” se realizó en 2021 y tuvo una muy buena recepción y repercusión en el ámbito cultural y literario: se recibieron más de 100 novelas sobre diferentes temáticas de escritoras de todo el país, editadas por sellos independientes y por grandes grupos editoriales. La obra que resultó galardonada con el primer premio fue la novela La sed, de la poeta, periodista y editora, Marina Yuszczuk.
Este certamen se lanzó, tanto en la actual edición como en la pasada, en el marco de la conmemoración por el “Día Internacional de la Mujer Trabajadora”, fecha que sintetiza una larga historia de luchas por la igualdad de derechos, oportunidades y participación de las mujeres e invita a reflexionar y actuar sobre las desigualdades persistentes, las asignaturas y los desafíos pendientes.
La convocatoria, vigente del 9 de marzo al 8 de mayo de 2022, está dirigida a autoras argentinas, -cis, lesbianas, travestis, transexuales y transgénero-, que cuenten con una novela publicada entre enero y diciembre de 2021, con circulación de manera impresa en el país. Cada participante podrá postular una novela de temática libre, publicada originalmente en español, o en las lenguas de los pueblos originarios siempre que cuente con una edición bilingüe (español-pueblos originarios), con una extensión mínima de 70 páginas, y cuya primera tirada haya sido impresa entre enero y diciembre de 2021 por una editorial argentina y con ISBN argentino.
Fuente: https://bit.ly/3E1s5zK
‘The Batman’, dirigida por Matt Reeves, toma distancias con las convenciones más fantasiosas del audiovisual superheroico. El resultado es una especie de ‘super-noir’ de acción e investigación en una ciudad corrupta hasta la médula. Por Ignasi Franch (EL Salto).
Batman nació en 1939 siendo un eslabón más, que se convertiría en especialmente exitoso y comercialmente explotable, de una larga cadena de héroes de la ficción pulp. Como los terratenientes El Zorro (cuya primera aventura se publicó en 1919) y su variación española El Coyote (que debutó en 1943), como The Shadow (que debutó en un serial radiofónico en 1931) o como aquel aristocrático Robin Hood cuya leyenda se metamorfoseaba desde el folklore oral, Batman era un justiciero perteneciente a una élite social. El Hombre Murciélago era un hijo de millonarios que se había embarcado en una doble vida como vigilante para gestionar un trauma infantil: haber sido testigo del asesinato de sus padres a manos de un atracador.
Quizá la proliferación de héroes pudientes tenía sentido en un contexto histórico de nula porosidad de las clases sociales. Psicoanalizando la pulp fiction, podríamos entender que estos personajes fijaban un relato de impotencia ciudadana. Un ricachón tenía que protegernos porque nosotros mismos no podíamos hacerlo. Porque El Zorro o The Shadow sí disponen de amplios recursos económicos y logísticos. Y porque las respuestas colectivas o cooperativas que implican cuestionamientos radicales siempre han tenido un encaje complicado dentro de la cultura pop industrializada estadounidense.
La visión del mundo que han proyectado algunas de estas aventuras de justicieros de las élites ha llegado a ser sorprendente. En la versión estrenada en 1940 de La marca del zorro, los espectadores son trasladados a una California donde otrora reinaba la armonía. En ausencia del protagonista, el gobierno benévolo de su padre terrateniente ha sido desplazado por una tiranía de violencia institucional e impuestos confiscatorios. La llegada del héroe inspira una rebelión reactiva. La escena final de campesinos y propietarios luchando codo con codo para restablecer la paz social tiene algo de fantasía interclasista que quizá solo se puede concebir si se contempla la realidad desde una cierta altura de la pirámide socio-económica.
De alguna manera, estas ficciones (conservadoras) exploraban los puntos de encuentro posibles entre el mundo burgués y las clases populares a través del señalamiento de enemigos comunes. Los aristócratas y sus privilegios hereditarios podían ser un objetivo, o también las cargas fiscales impuestas en los pasados históricos de monarquías absolutas o de estados carentes de iniciativas sociales que diesen un destino comprensible y visible a la fiscalidad. Sin cuestionar el estado de las cosas, estas historias proporcionaban una cierta satisfacción (mediada por las acciones del justiciero-ricachón) al público popular. Porque se escenificaba la caída de algún gobernante corrupto, de algún cacique, de algún empresario criminal.
Todo está podrido, pero no todo está podrido
A diferencia de la tendencia a la alegría y luminosidad de las aventuras del Zorro o Robin Hood, las aventuras cinematográficas de Batman han tendido (con excepciones como el largometraje sesentero o el barroquismo hortera que dominaba Batman y Robin) a mostrar unos paisajes más tenebrosos. Al fin y al cabo, su mismo protagonista es un hombre de vida dual y más bien inquietante. Y la Gotham City donde reside tiene a funcionar como el reverso gótico de la Metropolis de Superman.
Los responsables de ‘The Batman’ ensayan un giro escéptico: la inversión con fines de progreso social deviene una fuente de corrupción.
Si Batman begins hablaba de las infraestructuras como intento de vertebración de una mejora social colectiva, los responsables de The Batman ensayan un giro escéptico: la inversión con fines de progreso social deviene una fuente de corrupción. Esta temática dota de cierto aire de cine negro a una narración que intenta tomar muchas distancias con las convenciones más estridentes del audiovisual superheroico. Se potencia ese Batman más detectivesco que no había tenido demasiado peso en sus encarnaciones fílmicas previas. Y la apuesta por la fantasía moderada permite centrar la propuesta en la exploración sensorial y sensacionalista de un cierto vómito de malestar.
Si Joker podía guiñar el ojo a Scorsese, The Batman también mira atrás en busca de un referente o un paraguas de prestigio estilítico. Este super-noir lluvioso y de iras contenidas, espectacularizador hasta cierto punto, intenta acercarse al thriller setentero comercial, sucio y feísta, de Sidney Lumet (Serpico) y compañía. O a continuadores neoclásicos como Zodiac, aunque el resultado quizá se acerque más al talante shocker de Seven. El resultado no deja de lado algunos peajes del audiovisual multimillonario, franquiciado y franquiciador: un par de escenas de acción aparatosa, la consabida acumulación cansina de desenlaces y un lanzamiento final de hilos que retomar en nuevas películas.
‘The Batman’ es una película fundamentada en una narrativa mítica que se relaciona de manera problemática con el mundo real.
Aunque se opte por el realismo entre muchas comillas, The Batman es una película fundamentada en una narrativa mítica que se relaciona de manera problemática con el mundo real. A falta de cargas de profundidad, los autores se fijan en las puntas del iceberg de lo que no funciona. Por ejemplo, no se articula un apunte crítico sobre las consecuencias gentrificadoras y excluyentes de las reformas urbanísticas, al estilo del reciente (y apreciable) noir Húerfanos de Brooklyn. La premisa es algo más rudimentaria: sencillamente, el dinero puede desaparecer con más facilidad cuando está diluido en un fondo de desarrollo enormemente dotado.
El realizador Matt Reeves (Amanecer del planeta de los simios) y su equipo lanzan otros dardos con punta de velcro. En el filme, el Hombre Murciélago sigue el rastro de una vieja trama de corrupción de las autoridades políticas y policiales que alcanza a la herencia familiar del protagonista, históricamente representado como un hijo de benefactores. En Batman begins, por ejemplo, se mencionaba que el padre de Batman casi arruina su empresa porque combatió la pobreza durante una depresión económica.
En The Batman, en cambio, se problematiza hasta cierto punto esta herencia recibida mediante la revelación de un pecado del pasado: un momento concreto de debilidad personal embrutece el legado. No es que su fortuna hubiese sido acumulada de maneras explícitamente abusivas, ni que hubiese sido empleada voluntariamente con usos perversos. El patriarca falló, pero su fortuna está limpia. Así que el héroe puede seguir pagando la factura de combustible de su Batmobile sin demasiados cargos de conciencia.
We can(not) be heroes, just for one day?
En The Batman no hay una gran mascarada superheroica, aunque no falten los disfraces. Comenzando por la capucha que emplea el protagonista y continuando por la que usa un Enigma que encarna los riesgos de la seducción populista al estilo del Bane de El Caballero Oscuro: la leyenda renace. En paralelo, se ponen límites al habitual paralelismo entre los trastornos del Hombre Murciélago y algunas de sus némesis. El revanchismo homicida de este último, que acaba propulsando asesinatos al azar, le aleja del justicierismo de orden (inquietante) que defiende Bruce Wayne.
A pesar de su apariencia furibundamente desencantada, ‘The Batman’ acaba conectando con el contradictorio estado anímico de ese neoliberalismo que estimula la desconfianza y la desolación antipolítica.
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