Un llamado a la reflexión
La política tradicional se ha ganado un descrédito y rechazo popular sin precedentes. Las razones son evidentes: corrupción, fracaso económico, promesas incumplidas, y la desconexión generalizada de gran parte del arco político con las necesidades de la gente. Ante este panorama surge una pregunta fundamental: ¿vale la pena involucrarnos en política? Mi respuesta es un rotundo sí, porque la política es demasiado importante como para dejarla en manos de inescrupulosos.
El camino que, actualmente, tiene la oposición parecería no ser otro que: construir sobre los escombros; resurgir desde las bases ideológicas que alguna vez delimitaron el accionar de sus espacios políticos. Digo esto pensando en el radicalismo y el peronismo, pero también, parafraseando a Axel Kicillof, “con nuevas canciones”, adaptando sus proposiciones e ideas de país a la realidad que enfrenta hoy nuestra sociedad.
Hoy, nuevamente, los diputados nacionales fueron insultados por el presidente. Les dijo “degenerados fiscales" por la aprobación de una nueva fórmula jubilatoria que, de sancionarse y sortear un eventual veto presidencial, implicaría un gasto adicional del 0,4% del PBI. Esto es lo que sostiene el mandatario, pero no objeta la falta de pago o el bajarles los impuestos sobre bienes personales a los más ricos o, mejor dicho, a los que más tienen. Según él, porque esto complicaría el artículo sobre el blanqueo de capitales...
En definitiva, si uno lee detenidamente la Ley Bases y su Paquete fiscal, se podría decir que, casi en su totalidad, es beneficiosa para unos pocos sobre los muchos que quedarían por fuera.
Pero volviendo al título, ¿a qué me refiero con construir desde los escombros? Es en referencia a esas viejas ilusiones (y digo viejas porque ya corrió mucha agua bajo el puente). Esas ilusiones que tenían numerosos analistas, periodistas y personas de la elite política que decían que, “el presidente está empezando a entender cómo funciona la política” con la media sanción lograda en el Senado de la Ley Bases.
Milei, alegaban algunos, está entendiendo que es con negociación y consenso como se logran las cosas. Lo cierto es que, ¿lo entiende así, el presidente?.
Claramente, con estas declaraciones e insultos a los diputados deja en evidencia que, cuando no consigue lo que quiere y cómo lo quiere, vuelven a ser “las ratas del congreso” y los vuelve a humillar de la peor manera, algo que hace constantemente a cualquiera que opine de manera contraria u objete su accionar.
Otra de las cosas que viene pasando estos días es la negación de los acuerdos y negociaciones que realizara el oficialismo con distintos senadores para lograr la aprobación de la Ley Bases. A esto hacía referencia con el “viene corriendo mucha agua debajo del puente”, porque los que niegan estos pactos son, principalmente, los encargados de hacerla. Me refiero al jefe de Gabinete, Guillermo Francos, que estos días dijo que no existieron tales negociaciones.
Cuando estaban apurados por dar media sanción a la ley en la Cámara Alta, incluso al mismo presidente no importaba el cómo, sino que saliera aprobada del senado. Es más, en distintos medios periodísticos se jactaban de la hazaña de Francos, de lo entendido que era en materia de negociación y política tradicional.
Hoy, cuando la Ley Bases y su Paquete Fiscal están a punto de volver a tratarse en la cámara de origen (diputados), surge esta cuestión de negar los acuerdos, de querer reintroducir lo que se rechazó e insistir con la versión original, es decir, con la modificación de diputados que le dio media sanción y la enviaron a la cámara revisora para que esta la aprobara, cambiase o rechazase. Lo cierto es que ahora, producto de modificaciones y rechazos, en el Senado dicen que estos acuerdos no existieron, que no fueron tales.
En síntesis, parecería que desconocen cómo funciona un bicameralismo y, no solo eso, que además desconocen o niegan que existen, al menos, dos líneas de interpretación del artículo 81 de la Constitución Nacional, que dice qué hacer en caso de producirse una situación como la presente.
Todo esto deja en evidencia la necesidad de que emerja una oposición clara, una oposición que se reconstruya, una oposición que empiece a mirar y actuar en función de las demandas de sus representados... Necesitamos un Congreso y una elite política activos y comprometidos con la cosa pública, con el bien común, con la democracia.
Desde aquí y pensando que estamos a un año de las elecciones de medio término, los espacios opositores al gobierno deberían también preguntarse de qué lado se van parar. Deberían estar pensando, dentro de sus bases ideológicas, cómo ponerse al frente de este gobierno. Algunos espacios quizás se encuentren más cercanos ideológicamente a él y, tal vez, deberían ver de qué manera no diluirse dentro del oficialismo.
Habría que recordarles a varios que decirle que no, o no mejor dicho rechazar una iniciativa del Poder Ejecutivo, no es restarle gobernabilidad, sino más bien, como señal de que se respeta la división de poderes. Que tienen la misma legitimidad que el presidente. Porque fueron elegidos por el voto popular de rechazar o aprobar una iniciativa del Ejecutivo que ellos consideren contraria a las necesidades y demandas de sus representados
Otros (y acá hago más referencia al radicalismo o al peronismo, quizás porque los ubico como opciones más de centro) deberían, tal vez, plantear un proyecto superador a lo que propone el oficialismo. Un plan que, por ejemplo, incluya a la industria nacional, a las Pymes, al campo, a la tecnología, a la ciencia y a la educación como pilares. Un proyecto productivo nacional, con apertura sí, pero con protección, como están haciendo la mayoría de los países desarrollados. No entregando todo ni abriendo las puertas de par en par para que se lleven todo.
Estoy pensando en cómo generar más Estado presente, pero no uno que te prometa cosas o te ofrezca derechos que después no puede darte en lo tangible. Un Estado que brinde salud, seguridad, educación y que proteja a los más débiles. ¿Cómo? Haciendo que los más ricos (que los empresarios más poderosos del país) tributen sus impuestos en el país, controlando y penando la evasión fiscal; proponiendo un sistema impositivo progresivo en cual todos paguemos, pero asegurándose que sea lo más equitativo posible.
Creo que la oposición, más allá de ser responsable de muchos errores cometidos y de la necesidad de autocrítica, hoy debería comprometerse a cuidar nuestra democracia porque este gobierno, cada día, se encarga de correr un poco más el límite hacía el lado opuesto. La oposición es responsable de marcar al gobierno que la gran mayoría de las cosas que prometió en campaña no las está cumpliendo y que mucho de lo que él mismo les criticó en ese momento, ahora lo hace con total impunidad.
La oposición es responsable de velar por sus representados, de controlar al Poder Ejecutivo y de que el Poder Legislativo actué como un verdadero check and balance. Es responsable de que la gente no la pase cada vez peor y de cuidar los intereses de la Nación, su soberanía y sus recursos.
Por eso, creo que el peronismo, el radicalismo, el PRO y demás espacios deben dejar sus disputas internas en el interior, valga la redundancia, y empezar a fortalecerse para proponerle a la sociedad una alternativa.
Quizás es momento de dejar los egos y empezar a pensar en una sociedad no tan individualista, con un proyecto colectivo. Pensar que para que la democracia sobreviva necesita de partidos políticos, porque no hay democracia sin partidos políticos. No hay democracia sin diversidad de voces. No hay democracia sin una real distribución del ingreso, sin una economía que asegure una distribución equitativa. No hay democracia sin Estado ya que este debe ser guardián y garante de los derechos y de las obligaciones de los ciudadanos, de la CN y de nuestra soberanía nacional.
Por lo tanto, espero y creo que todos necesitamos, que surja una oposición que entienda las demandas de nuestro pueblo. Necesitamos líderes políticos con capacidad y propensión al diálogo, al consenso, con apego a las reglas institucionales de la democracia y pleno respeto a la letra de la Constitución Nacional; y no a las interpretaciones capciosas que se puedan hacer de ella en beneficio de los intereses particulares de unos pocos por sobre los intereses colectivos.
El reconocimiento al mérito es indudablemente importante. Pero ¿Quién tiene la autoridad para definirlo y con qué criterios? Mi esposa me llamó la atención sobre estas y otras preguntas relacionadas con la meritocracia, y me sugirió: “Deberías escribir sobre esto”. Su recomendación me pareció muy acertada, y de inmediato me puse a reflexionar al respecto.
Hace años que vengo diciendo que el mundo será el gestor y generador de un gigantesco plan social. Aparecerá la renta básica universal por derecho de ciudadanía.
La inteligencia artificial, la robótica, la tecnología de punta, la impresión 3D, y la mecanización de la producción en todas sus variantes serán la causa de la desaparición del empleo y, así, el caos será tremendo. No habrá trabajo como el hecho cultural que conocemos, y ese será el gran desafío de los pueblos y los dirigentes de cada continente.
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