Estamos viendo el brillo de estrellas que murieron millones de años atrás... Con las ideas de los libertarios pasa lo mismo: atrasan y son parte de un modelo económico feroz que ha construido un entramado jurídico, educativo, político, religioso y mediático. Desde los esclavistas hasta los saqueadores del medio ambiente y los apropiadores de la riqueza generada por los trabajadores y trabajadoras, todos forman parte de ese linaje y esa historia que inevitablemente se extingue. Este espejismo de la ultraderecha y el anarco-capitalismo se desvanecerá en poco tiempo.
El actual gobernador provincial es una mezcla muy notable de los fracasos de la patria. Creo que se parece mucho a De la Rúa por su incapacidad y su falta de luces para imaginar un gobierno que resuelva los problemas de cada día. Se parece a Macri por lo mentiroso, se parece a Frondizi por lo intrascendente, y se parece a Milei por ajustador y por lo incapaz de generar trabajo y producción.
Se podría plantear esto como un aporte de racionalidad que trascienda a la emoción contenida por este 2023 –nefasto para quienes queremos una Patria libre, justa, soberana y solidaria– o bien como una celebración de la figura de Juan Román Riquelme, el ídolo de mi infancia, devenido hoy en super-ídolo ya pasados mis treinta, al asumir como Presidente del Club Atlético Boca Juniors, el cuadro más grande de la Argentina y el Mundo. Porque Román, además de estandarte futbolístico y futbolero, es también estandarte (de mínima, cultural) de la resistencia del Pueblo contra los cajetillas (y no tanto) saqueadores de siempre.
Desde que el kirchnerismo rompió con el grupo Clarín -entre 2006 y 2007- comenzó un proceso de vinculación entre esa línea política del peronismo y las acusaciones de corrupción que no ha parado de crecer. El tridente que gobierna a la Argentina -grupos empresarios de medios, Poder Judicial y concentrados económicos- han logrado instalar en el imaginario colectivo que todo lo que huela a kirchenirismo y/o peronismo está podrido. De esta manera han volcado las adhesiones de cientos de miles de argentinos de beuna fe, que para alejarse de esa supuesta podredumbre, se referencian en quienes se proclaman combatientes anticorrupción; y apoyan al ingeniero Mauricio Macri y su partido político convencidos de que adhieren a formas político-institucionales virtuosas de las que carecerían por completo los seguidores del partido creado por Juan Perón.
Con frecuencia Calle Angosta rerpoduce algún artículo de la excelente publicación digital SOCOMPA. En esta ocasión hay dos textos que se interrrelacionan perfectamente y puede ser oportuno leerlos juntos. Eduardo Blaustein analiza las consecuencias políticas del fallo del Tribunal Oral Federal N° 2 y - fundamentalmente- la autoexclusión que le siguió esa misma jornada titula a su texto "Cristina y un peronismo ante el abismo". Juan Pablo Csipka escribe "El sueño idiota de acabar con el peronismo" en el que parte del actual escenario en el que "La derecha más rancia y clasista, más esa parte extensa de la sociedad argentina que volvió a gorilizarse, ven con regocijo los padecimientos de CFK, los del gobierno y los del peronismo. Es el retorno de una fantasía: acabar con el peronismo para convertirnos en “un país serio”. Entre tanto, horizontes cortos, conductas miserables y la dificultad de identificar a la verdadera barbarie".
El redactor estrella de Jorge Asis Digital, Oberdán Rocamora -alter ego del autor de Flores Robadas en los Jardines de Quilmes- asegura que la deriva triste del Tercer Gobierno Radical (en adelante el TGR) conduce a la Argentina directamente hacia el peronismo. Que debe ocuparse, otra vez, de las papas y del fuego.
Se impone atender la desarticulada actualidad de la congregación que supo ser un movimiento. En un lapso relativo, tiene que hacerse cargo.
El Peronismo Perdonable (en adelante el PP), que Mauricio Macri, El Ángel Exterminador, prefiere llamarlo “racional”, presenta distintas vertientes. Alejadas, todas, de la versión patológica que produjo el kirchnerismo. En especial en su último tramo, el cristinismo.
Es la movida que encarna La Doctora. Atrae también a peronistas incondicionales y dispersos, que se identifican con la sigla Unidad Ciudadana. Manera tardía del progresismo frepasista que supo ser cautivante en los noventa, con la referencia de Chacho Álvarez, Fatiga Moral. Que sobrevivió al colapso del Segundo Gobierno Radical. Y supo adaptarse, en los dos mil, con la protección inicial de Néstor, El Furia y luego de La Doctora. Hasta hoy.
La Doctora propone la renovación del frepasismo con peronistas que conviven con ramas de la izquierda en banda. Aportan confusión al “proyecto que bancan”.
Pero basta con el liderazgo de La Doctora. Asociada con personajes exactamente antagónicos, que sólo tienen en común la coincidencia de la jefatura.
Como Oscar Parrilli, El Incomparable Godfrey, el que se hizo progresista de grande, junto al banquero bolchevique, los psicobolches cordiales o revolucionarios, sin predicamento siquiera menor.
Con lineamientos estratégicos diseñados por Carlos Zannini, El Cenador, aceptado otra vez.
El colapso del TGR admite la ociosa alternativa de estudiarlos. El denigrado peronismo resurge sin remedio. Los pirómanos deben transformarse con celeridad en bomberos voluntarios.
Para permitir, en cuatro o cinco años, después de otra frustración, las bases voluntarias del Cuarto Gobierno Radical.
“Sin novedad en el frente”, como titulaba Erich María Remarque.
El TGR busca las justificaciones del choque de su calesita en los factores externos.
El PP, en cambio, atribuye los inconvenientes para organizarse a la presencia inmanente de La Doctora. Divide el campo opositor y beneficia, sin quererlo, al TGR.
Los pretextos, como los lugares comunes, se acumulan. Como los postulantes que buscan su identidad en el distanciamiento con La Doctora.
Desde Pichetto hasta Urtubey. El abanico lo contiene a Uñac, a Manzur, a Perotti, difusamente a Schiaretti y De la Sota, a Solá y la Esfinge Lavagna.
Pero quien los aventaja por prepotencia de distrito, y extraña audacia para la decisión, es Sergio, el Titular de La Franja de Massa. Después de haber sido casi exterminado por el Ángel en 2015, logró sobrevivir en el bolillero, hasta transformarse en actor principal.
Inicialmente los PP se destacaron como dadores voluntarios de gobernabilidad. Y estaban convencidos, hasta diciembre de 2017, que el macrismo tenía escriturado el poder hasta 2027.
Pero se les pincharon los globos de la alegre insustancialidad. Y el bailecito de Gilda, junto al “¡se puede!”, iban pronto a desembarcar en la tonalidad del ridículo.
De la perennidad artificial pasaban al olvido manso, a la resignación.
Los PP saben que, sin La Doctora, el armado está plagado de obstáculos. Pero saben que, con La Doctora, sólo pueden situarse bajo su mando.
O se alejan o la obedecen. Se limitan a complacerla con aplausos, o se aventuran en las anchoas del desierto.
Sin excepción, aunque no lo acepten, los PP acudirían, individualmente, a su llamado. Para alguna reunión discreta y secreta que siempre, con seguridad, va a trascender.
Pero “no es el tiempo todavía”.
Aparte, los postulantes del PP se inspiran en la noción ingrata del tiempismo.
Es el arte que controla el sentido de la oportunidad. Pero el tiempo, por lo general, a los tiempistas los pasa por encima. Porque no se atreven a exhibir siquiera el hambre de poder.
Es probable, incluso, que ni siquiera tengan hambre. Que tengan más ganas de ser candidatos a presidente, que presidentes.
Dejar hacer, dejar pasar.
En pleno desbarranco, el TGR puede instalar que los grandes líderes mundiales apoyan a Mauricio Macri para que no vuelva el populismo. Es decir: el peronismo.
La incapacidad para la reacción hace que, aparte de Perdonables, estos peronistas sean culposos.
Como para no atreverse a demostrar que con un gobierno peronista los empresarios nunca dejaron de ganar dinero. Y que al capital se lo combate, apenas, desde la marchita.
Lo que aquí se identifica como populismo imprevisible son los últimos cuatro años de deriva de La Doctora. Entre 2011 y 2015. Desde el festival del “ir por todo” hasta la espantosa expropiación de YPF, o la bullanguera confrontación con los buitres, o la sobreactuada pelea con los grandes medios. Con el complemento de las cadenas nacionales permanentes entre los saltos de “los pibes para la liberación”. Los que asustaban mientras la economía exhibía los signos de agotamiento, como el modelo.
El problema reside en que la mayor parte de los PP fue cómplice, por inacción, de esa política. Se mantuvieron firmes hasta el último mes de 2015.
Urtubey había saltado unos pocos meses antes. Dos años antes, había saltado Sergio. Los dos de Córdoba -De la Sota y Schiaretti- estuvieron aceptablemente ausentes. Pero la mayor parte “bancó el proyecto”, o su falta. Convivió con el frepasismo tardío, en silencio.
Saludablemente, sin vocación por la autocrítica, La Doctora calla. Aguanta la rutina de Comodoro Py. Espera la revaloración.
Enfrascada en una oposición categórica al Ángel Exterminador, que la prefiere como adversaria.
Como La Doctora, en su momento, lo prefería al Ángel.
El juego de la devolución de gentilezas encierra una oposición que la conduce al aislamiento. Y lo más grave, al error.
Pudo notarse en la sesión parlamentaria para tratar el acuerdo con el FMI. Permanecieron los diputados esclarecidos con una catarata de descalificaciones que sugerían la comprensión hacia el descalificado.
Tal vez La Doctora, y sus frepasistas tardíos, tienen que indagarse a fondo. Preguntarse qué quieren hacer con su fuerza política. Transformarse en un partido de izquierda testimonial, que asegura un estrellato universal, o ir por el poder.
De preferirse la opción por el poder, los aislados vocacionales deben encarar otro desafío. Como atraer, otra vez, a los sectores medios. O esmerarse en la credibilidad de brindar alguna garantía al infeliz que desee invertir en la Argentina. Así sea, sobre todo, un argentino ejemplar. De los que la mantiene protegida afuera, y se oculta para ganar aquí en los recurrentes fondos de inversión. Para hacer negocios sin escrúpulos, como si aquí no pasara nada.
Lo cual es, después de todo, cierto. No pasa nada nuevo.
“Sin novedad en el frente”, sólo se renueva la ética circular del fracaso. Multiplicada por el fracaso de los presentables que vinieron para cambiar, pero sólo se cambiaron ellos.
Necesitan, acaso, sentirse desestabilizados para legitimarse ante la indiferencia de la historia.
El TGR hace desastrosos méritos para que lo derroquen. Pero ningún peronista debe tentarse con la atracción del vacío.
Se aproxima otro turno para los populistas malos.
Los que deben encargarse de sacar las papas. De extinguir -patrióticamente- el fuego.
Es inminente el anuncio de la entrega al Fondo Monetario Internacional. El gobierno amarillo lo festeja como si fuera un gol de Higuain. La primera imagen que se me vino a la cabeza es una metáfora que se utiliza con frecuencia cuando se enfrenta una situación de catástrofe y las víctimas hacen como que no pasa nada: la orquesta del Titanic que siguió tocando mientras el gran trasatlántico que había impactado con un gigantesco Iceberg, se iba irremediablemente a pique.
Indagué sobre si ese relato fue real o se construyó como un mito. Y encontré datos muy curiosos, con muchos más aspectos equiparables a la situación actual y un simbolismo que permite interpretar lo actual y lo porvenir en el transcurso de una película cuyo final ya conocemos. Nada más que porque la Argentina es como un cine continuado con una sola película que apenas llega al final, vuelve a comenzar; como un sino terrible que no nos abandona por frustrarnos el destino de grandeza que alguna vez nos dijeron que nos correspondía.
La historia de la Wallace Hartley Band, la orquesta que tocó en el Titanic mientras se hundía, se la debemos al relato que Mary Hilda Slater hizo a un diario de Massachusetts (EE.UU.) el viernes 19 de abril 1912; sólo 24 horas después de pisar tierra. Luego otros supervivientes confirmarían que los músicos tocaron hasta la muerte. La orquesta estaba compuesta por ocho músicos y tomaba su nombre del líder, Wallace Henry Hartley, un inglés de 33 años que al igual que los siete músicos restantes, pereció en el desastre.
La White Star Line -la empresa propietaria del RMS Titanic- había contratado a los ocho músicos a través de la Black Talent Agency, una sociedad de Liverpool que acaparaba la animación musical de los barcos de distintas compañías gracias a sus bajos precios. Por lo tanto, la banda no cobraba sino a través de esta “colocadora de artistas”.
Jock Hume era el violinista de la orquesta. Un joven escocés de 21 años, amable que procedía de una familia de músicos. Por su participación musical cobraba 6 libras con 6 chelines al mes. De esa suma se descontaba el valor del uniforme -que era obligatorio para tocar- y de su mantenimiento.
“Ni Dios mismo podría hundir este barco”, se jactó uno de los 891 tripulantes del opulento buque que zarpó el 10 de abril de 1912 con 1336 pasajeros a bordo, entre ellos, la “flor y nata” de la sociedad angloamericana.
El mundo, al menos el mundo occidental, se encontraba en plena euforia de la “belle époque”. Aunque era “bella” para unos pocos afortunados y muy difícil para la mayoría de los mortales. La sociedad acomodada recogía las utilidades de la revolución industrial que combinaba el esplendor del imperialismo británico con un prepotente capitalismo que se abría paso en andas del liberalismo económico y el positivismo científico. Los avances en el campo de las ciencias y la tecnología inocularon en la sociedad de comienzos del siglo 20 un optimismo irrefrenable. El futuro no podría presentarse más halagüeño. Casi como si leyéramos Clarín o La Nación por estos días.
El buque era una de las maravillas de su época: con casi 270 metros de largo y 30 metros de ancho, en la cubierta del Titanic entraban tres canchas de fútbol. Desde la cubierta principal hasta la quilla, el Titanic medía 57 metros de alto y cada una de sus tres anclas pesaba 15 toneladas. El casco pesaba 46.000 toneladas y cada una de sus cuatro chimeneas medía 48 metros de altura y 7 metros de diámetro.
Pero el navío más grande del mundo era también el más lujoso: un “palacio flotante” cuyas salas, restoranes, salones, piscinas, baños turcos, gimnasios y jardines interiores rivalizaban con los mejores hoteles. Aunque ese lujo estaba reservado sólo para los millonarios y las celebridades que viajaban en primera clase y contrastaba con los sufridos inmigrantes hacinados en tercera clase. Un boleto en la primera clase del Titanic costaría hoy el equivalente a 100.000 dólares.
La White Star Line había previsto inicialmente colocar 64 botes (con capacidad para 60 pasajeros cada uno) para las 2.227 personas que irían a bordo, pero su presidente, Bruce Ismay, decidió reducirlos a sólo 16, más cuatro balsas inflables, para ganar espacio y no “contaminar” visualmente el panorama que se apreciaba desde la elegante cubierta del barco.
La noche del domingo 14 de abril se desató la tragedia. El choque con un iceberg a las 23.40 haría desaparecer al majestuoso buque que nadie volvería a ver hasta que el 1° de septiembre de 1985 la misión del oceanógrafo estadounidense Robert Ballard descubrió sus restos en las profundidades del lecho oceánico.
Para ganar prestigio se propusieron llegar a destino antes del tiempo fijado. Por la misma razón ignoraron las advertencias sobre la presencia de témpanos en la zona por la que navegaba. En la construcción del casco del barco se utilizaron materiales inapropiados. Por razones “estéticas” se redujo la cantidad de botes salvavidas. Estas causas, más una serie de errores e irresponsabilidades se unieron para desencadenar la tragedia que causó la muerte de 1.512 personas, en su mayoría inmigrantes que viajaban en tercera clase y tripulantes.
En el aspecto metafórico, el hundimiento del Titanic significó el fin de una época y con el tiempo llegaría a representar el momento en el que la humanidad perdió su inocencia y su sensación de seguridad. Terminaba el reinado de Eduardo VII en Inglaterra (1901-1910)–, y antes de la Primera Guerra Mundial, los hombres todavía creían que todo lo que vendría sería fabuloso.
Como señala con elocuencia Walter Lord en su libro Una Noche Para Recordar: “En 1912, las personas tenían confianza. Ahora nadie está seguro de nada, y cuanto más inseguros nos volvemos, más añoramos la época dichosa en que conocíamos todas las respuestas. El Titanic simboliza esa época o, lamentablemente, su final. Cuanto peor se ponen las cosas ahora, más pensamos en ese barco y en todo lo que se hundió con él”.
Cierro esta relación en la que me parece ver a un gobierno que festeja el “acuerdo” con el FMI como metáfora de la única travesía del Titanic, que se fue a pique mientras la orquesta tocaba como si no pasara nada. Los de primera clase se aseguraron los escasos botes disponibles; igual que en nuestra Argentina de hoy. Mientras que tripulantes y pasajeros de tercera se perdían en las heladas aguas del Atlántico Norte.
Por eso me permito pensar que el hundimiento del Titanic no sólo fue el naufragio de un barco sino una señal del comienzo del fin de una época y de un modo de entender las relaciones humanas. Aquel tiempo que terminaba dio paso a grandes convulsiones políticas y sociales que se saldarían durante más de la mitad del siglo XX con revoluciones y guerras, dos de ellas mundiales. Una época se acababa y su fin puede retratarse con una oscura anécdota de la que es involuntario protagonista el joven violinista de la Orquesta del Titanic.
El 30 de abril de 1912, a las dos semanas de morir Jock Hume (el violinista), su padre recibió una carta de la empresa de músicos. No era de pésame. La misiva decía: "Muy Sr. Nuestro. Estamos obligados a comunicarle que debe pagar la suma de 5 chelines que nos adeuda, tal como consta en la factura que adjuntamos, en concepto de gastos pendientes del uniforme de su hijo". Y adjuntaban la factura con la indicación de que era para completar el pago del uniforme sin mencionar que el músico, el barco y el uniforme se habían perdido en el océano.
El plan era otro. Llegar hasta 2019 con financiamiento externo, volver a incentivar la obra pública, fomentar el crédito y permitir incluso que salarios y jubilaciones le ganen por algunos puntos a la inflación en el año de la reelección. Avanzar con el respaldo social de octubre, la indulgencia sistémica de los medios, el aval del poder económico y la colaboración del peronismo dialoguista para afianzar en lo económico lo que se insinuó en la política electoral, hace apenas seis meses. Pero los mercados arrastraron a Mauricio Macri a una devaluación del peso que supera el 30% desde noviembre y todavía no llegó al “punto de equilibrio” del que habló hace cuatro años Jorge Capitanich.
Pese al auxilio desinteresado del Fondo, la corrida promete escenas renovadas desde el lunes 14 de mayo, con énfasis en el supermartes 15/5 de las Lebacs y el comportamiento de los ahorristas inquietos. Detrás de la cotización del dólar, pesa el razonamiento de los especuladores que toleraron el atraso cambiario en 2017, en busca de un objetivo prioritario: la derrota de Cristina Kirchner. “El año pasado, te financiaron el desajuste y este año te pasaron la factura”, en palabras de Marina Dal Poggetto, la solicitada economista que finalmente fue vetada en el Banco Central.
El Presidente no podía anunciarlo en su mensaje al país. Con una deuda en vertiginoso crecimiento y un déficit comercial récord que Cambiemos barrió bajo la alfombra, el hada de la confianza apareció muerta y el gradualismo se fue a la B. Como en tiempos del radicalismo o el peronismo, el sistema financiero se hartó de la dudas de la clase política para avanzar con el ajuste y aceleró contra un elenco oficial que es pura afinidad.
El hada de la confianza apareció muerta y el gradualismo se fue a la B.
Los economistas que asesoran al gobierno reconocen que se perdieron dos años y que el proyecto largo de Cambiemos ingresa en zona de riesgo, con la devaluación vertiginosa, el traslado a precios y las penurias de las mayorías que viven de un ingreso en pesos.
Cuesta verlo en la carrera voraz por obtener ganancias inmediatas: el malentendido entre Macri y el Círculo Rojo hace peligrar el proyecto más ambicioso de las elites empresarias en la historia argentina. Por incapacidad para encarar la misión que le demandaban, por haberse creído autosuficientes o por haber descansado en la mano de seda de los mercados con un gobierno amigo. El equipo de Macri no había cumplido.
El malentendido entre Macri y el Círculo Rojo hace peligrar el proyecto más ambicioso de las elites empresarias en la historia argentina.
Ahora el Presidente se precipita por un pasillo angosto en el que pretende ajustar y mantener la gobernabilidad. Los tiempos se acortaron mal y el regreso de una alquimia peronista al poder -o de un nuevo que se vayan todos- dejó de ser un chiste. La devaluación brusca no sólo es un reclamo del Fondo, los mercados y los sojeros que prefieren esperar a que las retenciones sigan bajando para liquidar la cosecha. También es la medida inevitable que el peronismo colaboracionista estaba esperando en silencio, desde hace tiempo. La forma de licuar salarios y beneficiar a los exportadores para arrancar un ciclo más de recuperación.
A cargo de una formidable depreciación del peso en 2002, en tierra del PJ no quieren nuevos mártires como Jorge Remes Lenicov, el economista que se inmoló en el interregno de Duhalde. Pero no son pocos los que siguen pensando que el tipo de cambio alto es la única salida para una Argentina que tiene poco para exportar y sólo puede fomentar el consumo interno. Ver a Macri ejecutar esa medida riesgosa, por segunda vez en su mandato y a costa de su pellejo, es un favor inestimable. Como dice por estas horas, uno de los armadores del peronismo no kirchnerista que suele dialogar con el gobierno: “Si el enemigo se equivoca, no lo moleste”. Napoleón adaptado a la turbulencia argentina.
(Escrito en la madrugada del 22 de noviembre de 2015)
Puede ser que un grupo de gerentes inmorales e infatuados, con los grupos corporativos y financieros que representan, sean capaces en muy poco tiempo de destruir todo lo valioso que la experiencia popular del país fue capaz de generar en todos estos años. Puede ser. ¿Va a ser gobernable un país con nuestra historia política si esto sucede?
La infatuación en algunos textos sobre psicología alude específicamente a cierto estado emocional caracterizado por el dejarse llevar por una pasión irracional, especialmente por el amor adictivo. La infatuación ocurre normalmente al inicio de una relación amorosa.
Seguramente no. Pero aquí está la cuestión, que según mi criterio, merece ser atendida. Quizás no pretendan gobernar y sólo se propongan, como un mandato mortífero, destruir y que después ya no importe que suceda. Podrán entonces perder el gobierno, pero ya no importará; habrán cumplido con la misión de romper la construcción política que un colectivo había tenido la osadía de darse a sí misma. Lo que venga después no les preocupa en la medida en que liquiden al kirchnerismo. Es una especulación muy dura verlo de este modo, pero se trata de saber a qué tarea fueron llamados. Incluso más allá de como ellos mismos se la representan. No parece que haya un plan de gobierno, más bien se trata de una tarea de disciplinamiento e intimidación para que después gobierne cualquiera que ya esté domesticado. Por esta razón es que urge pensar la respuesta política a esta operación y la organización que la misma debe adoptar.
A partir del 76,en los momentos más tenebrosos de la dictadura y en el exilio singular que me correspondió ,llegué a pensar que lo sucedido era de tal calado, que había penetrado de un modo tan pertinaz en el zócalo de la nación, que la sociedad argentina como tal no iba a recuperarse jamás de esa ignominia. En definitiva, llegué a pensar que algo había muerto para siempre en nuestro “ser con los otros”. O de otro modo, qué cuando se franquean ciertas barreras constitutivas de la condición humana ,eso no tiene retorno posible.
Desde este horizonte ,nunca consideré al kirchnerismo cómo un espacio homogéneo y logrado, o que no estuviera atravesado por errores, defecciones, complicidades con el Capital etc. Ni siquiera lo he visto por fuera de la lógica neoliberal que actualmente se le impone a cualquier estado occidental. Vivir, ya casi cuarenta años en España y por Europa, me ha confirmado que lo mismo sucede aquí, pero todavía de un modo más inerte y metódico, a excepción de los excelentes signos de la España actual con Podemos.
Por ello, fue tan profunda mi convicción sobre el efecto del genocidio sobre el país, que cuando de distintas posiciones, me responden, me replican, me critican, presentándome la lista de dimisiones del kirchnerismo, por izquierda o por derecha, siento que estoy en una posición irreductible. Me parece bien que lo hagan, porque supongo que también necesitaran confirmar la propia posición.
Pero ya nada ni nadie, a estas alturas, me podrá convencer que lo que llamamos kirchnerismo, fue la mayor apertura a las posibilidades de un destino verdadero en una sociedad y una nación que había sido asesinada en su propio ser. Fue, con todos los errores que se quieran sumar, un momento de, y aquí me permito la licencia de una metáfora religiosa, la salvación en un lugar donde ya se había profanado todo.
(*) psicoanalista y escritor argentino.
Los hechos de la semana pasada nos pusieron a todos a pensar. Algunos en los créditos, otros en el sueldo, otros en las tarifas otros (los menos) en los buenos dividendos que consiguieron con los vaivenes económicos recientes.
Un país con 35 años de democracia, debería reflexionar de otra manera. De la Dictadura hacia acá, sabemos bien que la grieta entre el pueblo y la oligarquía siempre existió. Con características propias y diferenciadas respecto a, por citar alguna, la oligarquía de fines del Siglo 19. Supongamos también que los intereses de unos y otros son genuinos. Ahora bien.
Entiende la sociedad argentina del peligro que significa para el conjunto poner a esa oligarquía egoísta al frente de los destinos de la patria?
Efectivamente en algunas cosas son muchos más efectivos que las organizaciones populares, los partidos políticos y los demás actores del todo social. No se preocupan por la historia, los sentimientos, las ideologías. Son un equipo bien articulado de comerciantes dispuestos a hacer negocios. Entre bueyes no hay cornadas.
Natalio Botana, politólogo argentino en las antípodas de mi pensamiento, da esta definición inicial de qué es la oligarquía. Realmente podemos dejarla del lado al momento de categorizar al actual gobierno argentino?.
“Hay oligarquía cuando un pequeño número de actores se apropia de los resortes fundamentales del poder y además está localizado en una posición privilegiada en la escala de la estratificación social.”
Por eso el título del artículo, la grieta existe y la debemos profundizar. Entre los que somos pueblo, los que queremos un país hermanado, pacificado y solidario que quiere y respeta al otro, al vecino, al compatriota. No un país sumergido en la pobreza y el individualismo de una oligarquía adicta a la especulación financiera.
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