Este mundo, esta sociedad argentina, las personas y a veces las propias familias, están tan materializados, que hipócritamente llevan una doble vida porque no se puede, no se resiste, vivir sin alguna autenticidad. “¿Quién le da una piedra a su hijo si les pide pan? ¿O una culebra si le pide pescado? (…) Si Ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos…”
“La capital del peronismo” fue nuevamente ungida Villa Mercedes en la voz de Alberto Rodríguez Saá, en uno de los últimos actos políticos que lo tendrán investido como primer mandatario provincial. Lo hizo en un marco acorde; un acto de campaña bien peronista, con la presencia del candidato presidencial Sergio Massa.
En estos tiempos electorales, nadie desconoce que además de la indecisión sobre el camino a tomar, existe desconcierto y miedo. Todos tenemos miedo. Nadie puede avizorar con certeza un futuro esperanzador a mediano plazo. Azorados, asistimos a las diatribas de los candidatos, azuzados cínicamente por los medios de comunicación. Nos martillan con propuestas, verdades, mentiras, justificaciones, amenazas, desconocimiento y enojos, en una oscilante inestabilidad (¿o incapacidad?) sobre la cresta de una imprevisible ola que puede colmar a nuestra humanidad de esperanza… o transformarse en un tsunami que podría arrasar la libertad, los derechos y la vida misma.
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