En un País como el nuestro, si hay crisis socioeconómica y de gobernabilidad –como ahora- la situación requiere más credibilidad social que política. La desigualdad subsiste, es enorme, y la concentración de riqueza de las minorías sigue aumentando escandalosamente. Hay una impúdica, inmoral y frívola ostentación mientras hay gente que no tiene qué comer, que no tiene techo, ni trabajo, ni remedios.
El Frente de Todos tiene un dilema: aunque haya sacrificado su agenda, en cuanto a las formas y sobre todo en la política, no logró disminuir la furia del poder real, que ahora tiene cara de un juicio grotesco en contra de CFK, quien a través de un contraataque fenomenal, impulsó la única respuesta posible frente al Lawfare: la movilización popular.
El gobierno de Cambiemos dejó un país con más pobreza, más indigencia, más desempleo, más inflación y una deuda impagable, cuya componente en pesos incluso defaulteó. La anunciada lluvia de dólares resultó ser de adentro hacia afuera, ya que la fuga fue colosal, aún para los estándares generosos de la Argentina. Además, a diferencia de lo que ocurrió durante los gobiernos kirchneristas, esa fuga fue financiada con deuda, no con recursos extraídos de la economía real.
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