Por estar inmersos en un Sistema Demoliberal obsoleto, con la hegemonía de la burocracia política que se olvida de la gente y de la burocracia sindical que se olvida de los trabajadores, no fue fácil construir una unidad política en la diversidad, con duros y moderados, intransigentes y conciliadores, independientes y fluctuantes, como tampoco fue fácil lidiar con el monopolio de los medios de comunicación y los grupos tradicionales del poder.
Sin embargo, luego de dos años de pandemia, de sufrir las consecuencias de la contracción económica heredada, y pese a lo cual el país comenzó a recuperarse muy lentamente, con medidas que si bien en principio no fueron de fondo, fijaron cierto rumbo no obstante el jaqueo a la gobernabilidad de los que se fueron.
Pero como sucede cada vez que concluyen los momentos impensables, el tiempo de los cobardes o de los valientes se visibiliza. En nuestro caso, luego del inmovilismo pandémico y llegado el tiempo de afrontar las causas del desempleo, la pobreza, el alto costo de la vida y la deuda externa, la expectativa sobre decisiones fundamentales se tornó exigencia.
Lo que fue un sutil y leve desconcierto, una aparente estrategia o espera de consolidación, se transformó, de duda y sospecha, en sorpresiva realidad. Aparecieron, en el teatro de operaciones, retrocesos, olvido de compromisos electorales, postergación de reivindicaciones, rispideces y tibiezas dignas de ser vomitadas, todas barnizadas de eufemismos.
La unidad lograda, comenzó a resquebrajarse en principio por indecisiones, y luego, por las sucesivas concesiones a aquéllos grupos poderosos por acción u omisión, dando paso a la parálisis y a la desconfianza.
El acuerdo con el FMI para preservar la relación con esos sectores de poder en perjuicio del pueblo argentino, identificó claramente a gran parte del oficialismo y de la oposición como cómplices y responsables de la muerte de la esperanza. Nos han apagado la luz, y al dejarnos sin opción, en plena oscuridad.
En el gobierno, no se ve un manejo eficaz del timón. No hay claridad en la conducción de la política. Tampoco se observa la construcción de una dirección gubernamental en función de la población, porque no olvidemos que el gobierno está constituido tanto por el oficialismo, como por la oposición y los independientes, siendo todos co-rresponsables. Un gobierno que no es de todos y para todos, no es de nadie.
Frente a política conciliatoria y acomodaticia del oficialismo, un gran sector de la oposición es corporativo. Tanto es así, que sabemos sus definidos objetivos políticos y económicos, y no son para nada buenos.
Pero no se puede seguir con categorías obsoletas ni expectativas irreales. No hay que volver a caminos y discursos que nos han perjudicado, ni creer en los remanidos relatos del extranjero usurero bueno. ¿Por qué esperar una luz al final del túnel confiando en ellos?
Porque aquellas expectativas, se están convirtiendo en derrota. Y causada por un gobierno que se apoya más en la dirigencia que en las bases, y lo mismo pasa en el movimiento obrero, que presenta vergonzosamente demandas moderadas. Todo ello rompe la unidad del pueblo con sus representantes, olvidando que lo importante es la unidad con el pueblo, y no con los dirigentes. Porque la unidad de los dirigentes, no es la unidad del pueblo. Sin unidad del pueblo, no hay herramienta política para resistir y avanzar. Pero también es verdad que la división de los dirigentes conduce a la derrota. La pérdida de la unidad es una derrota. Es la destrucción de la política, como afirman muchos.
El quiebre se manifestó en la aprobación del acuerdo con el FMI. ¿Cómo puede ser que se apruebe un acuerdo impopular? ¿Cómo podemos decir que el acuerdo es desastroso y se tenía que aprobar? ¿Que fue por el bien de la economía y la estabilidad democrática? ¿O porque no hubo alternativa? ¿O porque es preferible un mal acuerdo al default? Todos eufemismos para justificar lo injustificable. Históricamente, todos los acuerdos de nuestro país con el FMI han traído recesión, más endeudamiento y pobreza, con la consecuente inestabilidad y crisis social. Es como percibir en el horizonte el ocaso de las esperanzas frente a una muy próxima noche de neoliberalismo, avizorar la crónica de una muerte anunciada y no obstante, aceptarla.
Se necesita decisión. Separar la paja del trigo. En Justicia, Medios de Comunicación y Campo. Si sumamos la necesidad de una recuperación económica sustentable y distribución justa del ingreso, indudablemente que hay que hacerlo con todos. Pero con decisiones debatidas con la población. Sin debate público sobre la inflación, precios, salarios y el rumbo económico, es imposible. La sobrevida es la auténtica preocupación que debe tener y que se debe exigir al Gobierno.
Hay una deuda social demandada nítidamente en la última elección. Y no se debe cerrar los ojos a eso. Como tampoco esperar otra elección o un plan a mediano plazo para solucionar algo crítico como es la situación económica -no la de los bancos ni del extranjero- de la población, porque la vida no espera. Hay que tomar decisiones políticas sin sacrificar el vínculo con el pueblo, poniendo toda la confianza en el apoyo que éste otorga a quienes cumplen sus mandatos.