Jueves, 31 Octubre 2024

Sol de noche sin retorno, o eterno sol para días felices

Publicado el Domingo, 20 Agosto 2023 09:05 Escrito por

Hay una crisis nacional y hay que verla como tal. La injusticia de la creciente desigualdad, salarios y jubilaciones carenciados, inflación desmedida, precios sin control y especulación financiera, son consecuencias de la avaricia desmedida de los que más tienen sobre los que apenas sobreviven; pero también de políticos que los avalan, que piensan en ellos mismos y son los gestores de la incredulidad en la Política. La mentira está en hacerle creer a la población que solamente los políticos son responsables, cuando en realidad, los políticos suelen ser lacayos, sirvientes, de los dueños de la riqueza de la argentina, que siempre han manejado a su antojo la economía del país.

Estas personas son las que producen la crisis, y es una injusticia. Porque la verdadera crisis está en el corazón humano. Y no precisamente en el del pueblo que la sufre, sino en el corazón y razón de los que pudiendo hacer el mayor bien al prójimo sufriente o abandonado, mejorar las condiciones de vida de la Nación, no lo hacen.

“Sol de Noche”. Antiguo farol a kerosén con una camisa incandescente de tela de algodón tratada con nitrato de torio, que generaba una luz blanca brillante.

¿Hay responsabilidad en nosotros, los ciudadanos comunes? Sólo si consentimos en la auto legitimidad de esa injusticia. O también si aún conscientes de ella, esperamos que otros peleen por nosotros; como los jubilados durante el Menemismo, y donde ni los estudiantes, ni los trabajadores, ni los sindicalistas salían a pelear por sus derechos. O los desesperados. Tendrían que sacarnos la plata del bolsillo o del banco para que peguemos el grito. No hay sutileza para despojarnos del fruto de nuestro trabajo con salarios de sobrevivencia y precios incontrolables. Nos sacan de un lado y del otro.

Los especuladores del dólar y de los precios –que nunca son los trabajadores, ni los comerciantes, ni los estudiantes, ni los pequeños ahorristas- están enfermos de avaricia; y tiran de la cuerda del trabajador y de su salario hasta que el cuerpo no aguante o se haga jirones, porque buscan la rentabilidad infinita sin importar las consecuencias. La creencia ingenua de que no habría suficiente mano de obra barata matando a la gallina de los huevos de oro, no es cierta, ya que apuestan a tener mano de obra en abundancia, y si fuese posible, gratis.

Muchos creen que no se mata cuando se hacen negocios que destruyen fuentes de trabajo, cuando se mantienen salarios carenciados con alta tecnología para automatizar la producción y alta tecnología para seguir primarizando la economía, inclusive –aunque inconcebible- cuando buscan rentabilidad en lo público que pertenece a todos y que es básico para la vida, como la salud, la educación y la energía, pero que para el sector privado es una mina de oro sin explotar suficientemente. La excusa, de que el Estado es inútil y hay que achicar el gasto público. Al igual que el piloto de un caza que dispara misiles, que no ve ni siente el olor y sudor de los que mata, no se hace problemas de conciencia. Pero que mata, …mata. Y las decisiones políticas malas e indecisiones, también matan. Y cuando los ricos deciden los precios de la comida y de la energía, también matan. Y con muerte real, no simbólica. Estas personas, verdaderos responsables y capaces de todo, desafían nuestra capacidad de esperanza y sufrimiento. Sin embargo, como dijo alguna vez Martin Luther King, podemos “desafiar la capacidad que tienen de hacernos sufrir, con nuestra capacidad de aguantar el sufrimiento”. ¿Podremos hacerlo? Sería un nuevo paradigma para la argentina.

¿Cómo iniciar ese camino si a los jóvenes –nuestra responsabilidad- no les hablamos de las luchas históricas recientes del Pueblo y de que cada protesta, cada exigencia laboral y social para vivir dignamente ha sido y es, la cara de esa lucha? ¿Si no les organizamos ámbitos de discusión y debate colectivos, dándoles el ejemplo de salir a la calle, plazas y comunas a exigir una mejor calidad de vida, abandonándolos en manos de gobernantes politiqueros que se aprovechan de sus necesidades y frustraciones con promesas, beca política o cargo? Nadie les advierte de las intenciones aviesas de estos mercenarios de almas, cuando la mejor herramienta para cuidarlos es insuflarles el espíritu de verdad y justicia.

¿Cómo hacerlo si el trabajador no es dueño de su tiempo ni de su vida, ocupado en mantener y cuidar su puesto, sobreviviendo al costo de vida, o el desempleado o trabajador informal que, inmersos en la búsqueda del alimento diario, no le sirven las palabras y promesas, sino hechos y certezas? Entonces que no nos sorprendan el rumbo y las decisiones que tome la gente. ¿Se llegará a la parálisis y desesperación total? 

Aunque persista la injusticia y hayan regresado los Jinetes del Apocalipsis, -sucede en tiempos críticos-, todas las personas son merecedoras de esperanza. Porque la aparición de los agoreros del desastre, con su discurso descarnado e inhumano, demuestra, por un lado, que buscan producir más dolor nuestro en su beneficio, con una clara línea demarcatoria que, por otro lado, nos sirve para visibilizar sus intenciones. Pero es una responsabilidad comunitaria y solidaria construir esa esperanza, no un esfuerzo individualista ni poniendo la esperanza en salvadores iluminados.  

Necesitamos la autoconfianza de que somos capaces del bien con el bien, no con el odio. Hay que escuchar la verdad de los otros distintos o de los que nunca escuchamos, salir de las propias paredes, de grupos de redes y ámbitos institucionales; salir del propio espejo. Hay promesas electorales que altamente probable se transformen en algo peor. No hay que ser demasiados ingenuos para creer que el tipo que te dice enfáticamente que te va a matar no te va a matar. Te va a matar. No es, sólo promesa electoral.

Esa certeza manifiesta, que genera una esperanza mentirosa y trae seguridad a los que necesitan fe, esperanza y certezas, sobre todo a los jóvenes y sectores humildes, nos habla de una transformación muy real, pero no para cambiar las estructuras de injusticia y desigualdad, sino para profundizarlas y consolidarlas. A la gente no le interesa qué transformación se le propone, sino que la situación de crisis, de sobrevivir, de inseguridad, se termine de una vez. La población no acepta más la moderación y el legalismo, la politiquería y el sindicalismo negociador, quiere medidas efectivas y concretas, una causa y un espíritu, para acompañar y enfrentar un desafío total. Se necesita creer en un objetivo cierto y posible para movilizarse y no llegar a la desesperación. Porque construir una sociedad justa y saludable es posible. Los extremismos no son buenos.

La política de los Movimientos Populares, con sus discursos remanidos, los pensamientos movilizadores de otras épocas donde había otros sentimientos y necesidades, otras urgencias de vida, ha quedado obsoleta. Hoy no podemos consentir malas prácticas políticas, como la mentira y violencia en los medios, la burocracia política y sindical, la digitación de candidatos, postverdad, clientelismo, etc. No podemos aceptar esas prácticas justificando fines, dirigentes y gobernantes. Mucho menos creer que el libre Mercado que es el hogar de los ricos, nos mejorará la vida. Necesitamos de otra mentalidad para una verdadera transformación. Pero también ser conscientes de que los cambios profundos no se hacen sin resistencia, por los intereses que están en juego. Y los que creemos en la fuerza de la verdad y del espíritu para lograr lo bueno, tenemos que prepararnos con la convicción de que es necesario y de que podemos, llegar a la razón y a los corazones de los adversarios para enfrentar ese odio que les oscurece la conciencia. Sin ese convencimiento, no podremos oponernos a la fuerza física que nos hagan.

El dolor y las dificultades de esta lucha, como los fracasos externos e internos, desentendimientos e incomprensiones, si entendemos el objetivo, nos darán mayor determinación, obstinación y conciencia de que la fuerza moral y espiritual colectiva lo puede conseguir.

Llamar a la naturaleza humana de nuestros adversarios para una sociedad más humana es difícil. Y más difícil aún si para solucionar problemas acuciantes como el desempleo, la alimentación y vivienda tenemos que enfrentar incluso al gobierno. Y si el Estado no existiese, no habría Gobierno real para confrontar y exigir, porque todo dependería de los dueños invisibles del Mercado. Y aún ir más allá, persuadir a esos invisibles hasta que la gente que sufre esa injusticia y desigualdad, recupere los derechos conculcados con la fuerza de la solidaridad, la verdad y la justicia.

“En medio de la muerte, la vida permanece; en medio de la mentira, la verdad permanece; en medio de la obscuridad, la luz permanece”. Gandhi

No podemos hacerlo de otro modo, porque la violencia es contraproducente; no podemos acudir a ella. Pero tampoco detenernos. Sabemos históricamente que la violencia crea más problemas de los que resuelve, pero tenemos la certeza de que una lucha de convicciones puede ser ganada también sin violencia. 

Entonces, si somos rebeldes, hagámoslo por una causa justa. No se debe hacer a los que nos odian, lo que ellos hacen con nosotros, porque tenemos que demostrarles que nosotros podemos ir más allá de ese odio, y que ellos no son enemigos, sin que necesitan, como nosotros, de liberarse de ese odio y sus consecuencias. La dependencia al egoísmo, a la injusticia, al sin sentido, existirá en tanto colaboremos por acción u omisión con ellos. No podemos caer en la tentación de ser hostiles, pero sí resistirnos pacífica pero activamente. Con lo que tengamos a mano.

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