No es sólo una realidad argentina. Está ocurriendo en el mundo. Es el resultado de las “democracias dirigidas” por Corporaciones dueñas de medios de comunicación y redes sociales, formadoras de opinión, que inducen las mentes y las expectativas de las personas -sobre todo de los jóvenes- a vivir sólo el “hoy”, con la falsa promesa de que solamente por el esfuerzo individual cualquiera que sea, bastará para lograr los objetivos de una vida feliz. Pero… “nadie se realiza en una comunidad que no se realiza”.
En el mundo de hoy, muy ideologizado –no por las ideas, las concepciones del mundo y las creencias, sino por el estilo de vida que impone valores economicistas reemplazando todo ánimo y sensibilidad humana y espiritual-, hay un abrumador vacío de sentido.
Esta vaciedad de sentido destruye la vida. No hay un “por qué” ni un “para qué” vivir. Ceden el entusiasmo y los sueños, y ya no hay amor, ni ideal, ni pasión. Conduce al cerramiento aplastante del desánimo, de la desesperanza, al descreimiento de la solidaridad y de cualquier lucha, llevando a la más profunda soledad individual, adicciones, violencia y muerte. Una ceguera en vida a los puentes y mano que pueden dar los demás.
“El opio se extrae del fruto de la Adormidera también llamada Amapola Real”
Todos somos responsables de todos. Aún de los irresponsables. Porque vivimos en comunidad, y sin los demás, nunca somos nada ni personal ni socialmente. Ser persona –precisamente- significa “ser-en-relación. Nos necesitamos mutuamente, pero no para hacernos daño y aprovecharnos del prójimo, sino por una cuestión de supervivencia individual, familiar y social. Y es real que el individualismo salvaje trae la desconfianza y el miedo al otro, porque no hay ser más peligroso e irracional que el hombre que está en todo hombre. Pero también no hay ser más altruista y absolutamente desinteresado sólo por amor al otro y al extraño que el hombre. La comprensión patente de esto es lo difícil de aceptar y vivir. El cerrojo ó la llave.
Nada es casual de lo que sienten y piensan las personas. Cada acto nuestro es un conjunto de expectativas, sentimientos, emociones, intereses, historia de experiencias buenas y malas, en función de vivir mejor… o como se pueda. El tema está si lo pensamos desde el absoluto egoísmo, avaricia y maldad ó desde la comprensión del significado de lo humano a partir de su naturaleza comunitaria. Esto explicaría moralmente las decisiones de unos y otros.
Elegir pensando absolutamente en uno mismo, hace daño a los demás. Es la enfermedad del egoísmo. El problema será que esa decisión tarde o temprano vuelve al que la origina. “El que siembra viento, cosecha tempestades”. Pero no hay que ser ciegos para ver que también las decisiones solidarias y desinteresadas vuelven al que las origina. Es la soberbia lo que evita visibilizar lo bueno que nos llega. También es cierto que solo el hombre suele negarse a su propio bienestar por orgullo.
Muchas personas sienten y piensan lo que les hacen sentir y pensar los medios. Influyen en ellos los diarios, la radio, la televisión, el cine y las redes sociales más accesibles a las personas mayores, y los sitios de internet vía celulares principalmente a los de mediana edad y más jóvenes. No hay auténtica comunicación. La realidad se diluye. Hay una máquina, una tecnología intermediando entre las personas. Una virtualidad en la mayoría de los casos anónima, con programas de inteligencia artificial sobre gustos y preferencias individuales en función de intereses y deseos. En los medios más tradicionales, nunca hubo diálogo. En las redes sociales, hay opiniones escuetas, fragmentarias, y una comunicación agresiva puramente instintiva y emocional. Cuando no, engaños. No hay diálogo cuerpo a cuerpo, voz a voz, ni presencia ni calor de debate e intercambio de ideas. Una verdad sesgada, recortada, emocional, sin historia, de puro espejo de sí mismo que no es uno mismo, de puro olvido y puro hoy. Una permanente adicción de placer e indiferencia mientras el cuerpo del hermano real necesitado camina al lado.
No opinamos a viva voz, emoción del cuerpo y también de grito en las problemáticas personales y sociales que nos afectan. Solamente lo hacen los desesperados, los marginados, los desempleados, los desamparados, los sin derechos, los despreciados, los temidos, los pobres… los que salen con su clamor al pavimento sin techo ni trabajo expuestos a la judicialización y represión para que los escuchen.
Si fantásticamente un día quedásemos sin comunicaciones virtuales por celular o internet –como una vez ocurrió con la electricidad en la mayor parte del país- nos descubriríamos aún más extraños que la actual extrañeza que vivimos estando juntos pero cada uno en su propio espejo virtual o adormidera.
En esta época eleccionaria, se habla mucho de libertad, orden y progreso. Pero en realidad, ¿se puede hablar de libertad quitando derechos, vigilando personas, criminalizando la protesta, poniendo un inmoral “Gran Hermano” vigilante? ¿Qué piensa y decide por nosotros? ¿Se puede hablar de orden amenazando con represión, violencia y muerte cuando las fuerzas de seguridad no brindan ninguna garantía, con zonas liberadas o en connivencia con la delincuencia y el narcotráfico? ¿Se puede hablar de progreso abriéndonos al neoliberal librecambismo exterior sin control como ocurrió con la dictadura y el menemismo, fundiendo empresas nacionales y dejando a millones de personas sin trabajo, y que hoy el libre mercado de los dueños del dólar y su fuga siga encareciendo los precios de la comida y la energía con más inflación y salarios carenciados? ¿Se puede hablar de progreso sin educación para todos? ¿Sin salud y remedios para todos? ¿Sin justicia para todos? ¿Desde cuándo la violencia y las amenazas sobre las personas traen la paz y el progreso? “La violencia de arriba genera la violencia de abajo”. Eso no es bueno. Es algo muy malo.
No obstante, no debe sorprendernos ni considerarse un fenómeno que las personas elijan contra ellos mismos. Sin memoria, todo es posible. Con la inflación, altos precios, bajos salarios, sumados la inseguridad, malos gobernantes y aún peores políticos, se generó un hartazgo en la población que exige inmediatez y salida de la asfixia, pero lamentablemente haciéndose eco de los chivos expiatorios propuestos por la mentira periodística, desviando la atención de los verdaderos responsables. Estos “salvadores” hacen enfrentar a pobres contra pobres, incluyendo a los empleados de la clase media cultural pero también pobres en realidad, y a la misma gente en general contra sus propios derechos como solución salvífica.
Sin memoria, con un consenso sobre el olvido o indiferencia de la experiencia histórica de un pueblo que se presenta como que no fue, que no existió, y sin asumir o no poder contar las generaciones pasadas esas experiencias a los jóvenes, el camino al abismo es inevitable. Nadie elige conscientemente a su propio verdugo, y el consenso del olvido es un Golpe de Estado al pueblo.
“No son las malas hierbas las que ahogan la buena semilla, sino la negligencia del campesino” Confucio.
¿Todo está perdido? La conciencia en la eficacia de una Mentalidad Solidaria militante hará posible otro horizonte. Los grandes y valientes cambios estructurales que requiere nuestra sociedad, hoy sufriente de desigualdades, violencia y divisiones internas inducidas -además de cobardías legalistas y amenaza de cambios que las profundizarían-, los cambios suceden a partir de creer que el esfuerzo solidario militante por la verdad y una convivencia justa y saludable son posibles.
Sostener, por parte de cada ciudadano y de la comunidad, la firme convicción de la necesidad imperiosa de esa convivencia más humana que nos merecemos, y que se exprese en la participación e involucramiento de lo público, nos permitirá construir un Derecho justo y corresponsable que garantice la verdadera libertad, la vida, el trabajo y la cultura, desatándonos de las cadenas del pensamiento ajeno, aditivo e inhumano impuesto virtualmente. El escucharnos, el vernos presencialmente, nos lleva a la consideración del otro y a la esperanza de una vida plena.