El tema central del día, en cuanto a la agenda pública, es el cruce verbalmente violento entre el PRO y La Libertad Avanza respecto a la "Ficha Limpia", que no prosperó. Quizás solo en un país tan peculiar como este, Mauricio Macri puede referirse a la corrupción mientras acusa al gobierno de favorecerla.
De entrada, se percibe una marcada contradicción: la intensidad de los enfrentamientos políticos contrasta con la calma relativa en el ámbito económico. Sin embargo, la pregunta es: ¿realmente hay una contradicción? Por un lado, se observan disputas encendidas y verborrágicas entre distintos actores de todas las fuerzas políticas. Estas se concentran principalmente en el ámbito parlamentario, como se evidenció esta semana, y también a través de provocaciones en X, convertida en un espacio de confrontación degradante. En las calles, salvo algunas manifestaciones aisladas, el panorama es tranquilo.
Por otro lado, la economía muestra una imagen congelada, entendida como una aparente estabilidad financiera combinada con una desaceleración de la inflación. Sin embargo, esta calma aparente se da a pesar de indicadores recesivos en el consumo, disputas internas en el gobierno sobre la medición de precios y una nueva ola de aumentos que comenzará en diciembre. Todo esto genera una sensación de estabilidad que, no obstante, se logra a costa del progresivo empobrecimiento de las clases medias y populares.
Los aumentos en bienes y servicios no son abruptos, sino que se dan de forma escalonada, lo que podría describirse como "cuotificación del impacto". Usando un símil boxístico, estos incrementos funcionan como "jabs", golpes preliminares que preparan el terreno para impactos mayores. A partir de mañana, subirán las tarifas de agua, luz, gas, prepagas, cable, internet, combustibles y educación privada, todos por encima de la inflación oficial. Los salarios, por su parte, están lejos de equipararse. Además, en sectores como el de medicamentos, los incrementos son tan desproporcionados que parecen naturalizados.
A nivel macroeconómico, prevalece una mezcla de resignación y esperanza, como si no existieran alternativas. Sin embargo, la historia argentina ha demostrado repetidamente que estos modelos generan crisis profundas. Las experiencias previas con tablitas cambiarias, endeudamientos externos, inundación de importaciones y otros desmanejos económicos no dejan lugar a dudas.
En el plano internacional, Brasil, principal socio comercial de Argentina, enfrenta una devaluación del real y una creciente incertidumbre financiera. En 1999, una situación similar en Brasil marcó el inicio del fin de la convertibilidad en Argentina.
Dos elementos parecen diferenciarse en este contexto actual. Primero, este modelo "libertarista" surge como respuesta a la crisis del sistema partidario tradicional. Segundo, el individualismo triunfante no encuentra una narrativa épica que lo enfrente, ni siquiera de forma modesta. Los cruces entre oficialismo y oposición, incluidos los internos de cada bloque, no logran captar el interés ni las necesidades de las mayorías. Las alianzas y enemistades cambian con asombrosa facilidad, reflejando un juego político sin objetivos claros.
En este tablero, las negociaciones se enfocan en intereses internos: el armado electoral, la eliminación de las PASO y la negociación de cargos judiciales, entre otros temas. La figura de Cristina Fernández de Kirchner sigue siendo el centro de estas disputas, aunque también involucran a Axel Kicillof, quien se encuentra atrapado en una confrontación que no buscó, pero que afecta su gestión.
La única oposición capaz de ofrecer una alternativa real parece estar a la defensiva. La agenda sigue siendo dictada por una derecha disruptiva e ilusionista. Mientras tanto, algunos sectores del campo nacional y popular parecen esperar que la situación colapse para, desde las ruinas, articular un nuevo proyecto. Sin embargo, las lecciones de la historia muestran que los líderes transformadores no surgen espontáneamente, sino de procesos acumulativos. Así ocurrió con Néstor Kirchner, quien supo canalizar demandas sociales y aprovechar un contexto internacional favorable.
Entonces, ¿qué hacer? ¿Permanecer atrapados en cálculos egoístas y disputas internas, o construir un proyecto colectivo que recupere la confianza de las mayorías? Lamentablemente, la respuesta parece inclinarse hacia lo primero. No obstante, el potencial rebelde y combativo de la sociedad argentina aún podría inclinar la balanza hacia un futuro diferente. ¿Estamos preparados para asumir ese desafío?