Unos minutos después de la medianoche del sábado 3 de septiembre, cuando las 25.000 personas presentes que agotaron las entradas en el estadio del club Argentinos Juniors escucharon los últimos acordes de “A pesar del viento”, Los Gardelitos escribieron su historia en los libros del rock argentino como la primera banda en tocar toda su discografía -61 canciones de cinco discos- en una sola noche.
La apuesta épica del grupo surgido a mediados de 1996 en el Bajo Flores había comenzado cinco horas antes, con el tema más nuevo del repertorio que en los últimos años se ganó un lugar entre los clásicos, “Sortilegio de arrabal”. La luna porteña del barrio de Pompeya se iluminaba en las pantallas y una orquesta de cuerdas dirigida por el Pollo Raffo se proyectaba entre el humo y una escenografía de adoquines.
Los Gardelitos aparecieron en el escenario vestidos con sus habituales trajes negros y sombreros, plantados como trío: Eli Suárez, en guitarra y voz; Jorge Rossi, en bajo y Toto Ciccone, en batería; acompañados en esta nueva etapa por la gardelita invitada –permanente- María Rosa, en guitarra acústica y coros.
Mientras los últimos rayos de sol se escondían detrás de una de las tribunas bajas del estadio Diego Armando Maradona y buena parte del público hacía su ingreso al campo, el orden de los temas transcurría del disco más nuevo al más viejo, de Ciudad Oculta (2014) al inoxidable Gardeliando (1998), a un ritmo de show frenético, casi sin descanso entre las cinco partes en la que se dividió la lista del concierto.
En la platea, Tete Iglesias de La Renga, Skay Beilinson, La Negra Poli, Piti de Las Pastillas y Fachi de Viejas Locas se mezclaban entre los invitados que se hicieron presentes en una noche que prometía ser histórica para la escena del rock argentino surgida a finales de los noventa. Eli agradeció a los barrios, a los colegas presentes y también al Indio Solari, que hizo llegarle a la banda su saludo apenas se enteró que tocaban en el estadio de la Paternal.
“Nosotros somos negros, venimos de la villa y tenemos sentimientos peronistas”, dijo el cantante en una de las primeras veces que se dirigió al público mientras una bandera de 50 metros de largo con la imagen de la vicepresidenta y el nombre del grupo se desplegaba en una de las cabeceras. “Lo que pasó la otra noche con Cristina Fernández de Kirchner es un tiro en la cara de la democracia. Solo porque alguien dijo que hay que enterrarlos vivos”.
Durante el intervalo de cada disco, que nunca superó los cinco minutos, los músicos recuperaban energías en dos camarines pequeños ubicados estratégicamente a los costados del escenario y las canciones incidentales atenuaban la espera de un público que, a pesar del paso de las horas parecía inmóvil, agolpado contra las vallas, sentado en las tribunas o incluso amontonado detrás de la inmensa estructura tubular del mangrullo ubicado en el centro del campo que obstruía la visión.
Pasaron los temas del experimental Oxígeno (2008), la Paternal vibró con “Mezclas raras”, y festejó los clásicos de En tierra de sueños (2004) hasta que, a las 22.30, como si todo hubiese estado perfectamente cronometrado, llegó el turno del anteúltimo disco, Fiesta Sudaka (1999) y la dedicatoria de “Ciudad descalza” a un viejo amigo de la banda: “A la memoria de Willy Crook”.
Eli y Jorge, siempre con una sonrisa dibujada, intercambian miradas con la complicidad de dos músicos que durante los 90 crecieron en los escenarios de los festivales de Ciudad Oculta, cuando llegar a un gran estadio parecía un sueño inalcanzable.
A las 23.30 “El tanguito” dio comienzo a la etapa final del show y los clásicos del esperado álbum debut. “Ahora es nuestra la ciudad, Rodríguez Larreta”, cantó Eli en “Gardeliando” y lo festejó todo el estadio. Antes de que sonara “Nadie cree en mi canción”, se tomó unos minutos para hablarle de nuevo al público: “Esta historia la hicieron ustedes”, dijo emocionado. “Porque fueron ustedes los que se encargaron de hacer llegar nuestras canciones de boca en boca”.
La puesta artística fue de primer nivel (sesión de cuerdas y de vientos, bailarines de tango, performances teatrales, pantallas gigantes, telones artesanales y escenografía inflable), más de 45 artistas en escena y un poco más de cien técnicos y asistentes trabajando en la producción, pero la Fiesta Sudaka, como no podía ser de otra forma, tuvo tickets a precios populares.
Lo que en un principio parecía otra odisea gardeliana, una banda de rock independiente llenando un estadio de fútbol sin el apoyo de una gran productora, sin el aparato publicitario de una compañía discográfica y sin cortes de difusión pautados en radios comerciales, terminó convirtiéndose en una noche épica en la que triunfaron las canciones. Un acto de justicia tardío para la obra de Korneta Suárez, fundador de la banda y compositor de hits imbatibles, que tiene en la voz de Eli a su mejor legado: el ADN del barrio.