Martes, 05 Noviembre 2024

Algo muy grave va a suceder en este pueblo

Publicado el Domingo, 12 Febrero 2023 20:35 Escrito por Calle Angosta

Hay un cuento que Gabriel García Márquez no escribió, pero relató en un congreso de 1970, en Venezuela. Está en línea con toda su producción: relatos de desmesura en familias, pueblos, situaciones. Lo que recibió el nombre de "realismo mágico". El título es "Algo muy grave va a suceder en este pueblo", y no hace falta mucha imaginación para comprobar que puede ser uno de los que contiene más realismo y de los menos mágicos del gran escritor colombiano. El argentino Hernán Casciari lo remozó un poco hace un tiempo; y esa es la versión que compartimos en esta edición de Calle Angosta. El cuento es así: 

En un pequeño pueblo vive una mujer con dos hijos. Una mañana, temprano, la mujer les está sirviendo el desayuno al varón y a la nena, y ellos ven que la madre tiene cara de preocupada. Y le pre­guntan qué le pasa. Entonces la mujer les dice que no sabe muy bien, pero que amaneció con un pre­sentimiento feo de que algo muy grave iba a pasar en el pueblo. 

Los hijos se le ríen en la cara. «¿Por qué te hacés el bocho con esas pavadas, mamá?», le dice el varón. Y la chica le dice: «¡Ay, no seas bruja, vieja!». 

Esa mañana el hijo va al club a jugar al billar por plata. En un momento tiene que hacer un tiro muy fácil para ganar, pero cuando hace el tiro falla el gol­pe de una manera increíble y pierde. Saca plata del bolsillo y le paga al ganador, un viejo de bigote blan­co. Los amigos le preguntan al chico: «¿Qué te pasó? ¿Cómo pudiste errar un tiro tan simple?». Y el chico dice: «No sé… Me quedó en la cabeza una cosa que dijo mi vieja esta mañana… como que algo muy feo va pasar en el pueblo… y me sugestioné». 

Los amigos se cagan de risa y no le dan importan­cia al asunto. Pero el ganador de la apuesta, el viejo de bigote blanco, vuelve a su casa y le cuenta a su mujer que en el billar le ganó plata a un muchacho que no pudo hacer una carambola servida porque su mamá se había levantado con la idea de que algo muy grave iba a pasar en el pueblo. La esposa del viejo de bigo­te, muy seria, le dice: «Ojo con esos presentimientos, porque a veces se cumplen». 

Al rato la mujer del tipo de bigote va a la carni­cería a comprar carne, pero en el momento de pa­gar se arrepiente y compra dos kilos más. Y le dice al carnicero: «Deme el doble, porque se anda diciendo que algo muy feo va a pasar en el pueblo y yo quiero estar preparada». El carnicero le da otros dos kilos y la mujer se va. 

Enseguida entra otra señora a la carnicería y pide un kilo de cuadril, pero el carnicero le dice: «Mejor llé­vese dos kilos, doña, porque acá todo el mundo anda diciendo que algo muy feo va a pasar en el pueblo, y usted no sabe cómo se está llevando la carne la gente». 

«Ay, entonces deme seis kilos, que en casa somos un montón», dice la vieja y abre los ojos grande y se persigna. 

La paranoia va creciendo, minuto a minuto, boca a boca, y unas horas después el carnicero ya no tiene más carne en el frigorífico, porque la gente se la sacó de las manos. A media tarde consigue un par de vacas más, y las vende en menos de diez minutos. No lo puede creer. 

Cuando empieza a atardecer todo el pueblo está ansioso, inquieto, a la espera de que pase algo horri­ble. Cualquier cosa los asusta: una bandada de pájaros que cruza el cielo, o una brisa que se levanta de golpe entre los tilos de la plaza, el zumbido de las turbinas de un avión a lo lejos, lo que sea, los hace apretar los labios en señal de amenaza. 

Cuando cae la noche la tensión se vuelve insopor­table y algunos ya amagan con irse del pueblo, pero nadie tiene el coraje de salir primero. Hasta que el propio carnicero dice: «Ya está, ¿por qué voy a esperar la desgracia en casa? Yo me voy a la mierda». Mete lo que puede en la camioneta, sube a su familia y escapa del pueblo por la avenida. Los vecinos lo ven alejarse desde sus ventanas y salen todos a la calle. 

«Si este se va», se dicen unos a otros, «yo también me voy». 

Y así, de a poco, los vecinos empiezan a meter en cajas lo que pueden: muebles, aberturas, ropa, todo. Y cuando ya están listos para el éxodo, al vecino del bigote blanco se le ocurre prender fuego su casa. «No sea cosa», dice, «que cuando caiga la desgracia conta­mine lo que no me puedo llevar», y les echa kerosén a las paredes. Y tira un fósforo… 

Mientras su casa arde, los otros vecinos piden más kerosén y hacen lo mismo y después escapan en caravana, muertos de miedo, algunos a pie, otros en carros, mientras el pueblo se incendia a sus espaldas. Entre los que se escapan va la mujer que tuvo el pre­sentimiento. Va con sus dos hijos. 

Entonces la mujer mira a su hija, mientras corren, y le grita: «¿Viste, nena? Yo te dije que iba a pasar algo horrible…, y vos me trataste de bruja».

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