¿Quiénes, en nuestro País, se encargan de las sembradoras y cosechadoras, las líneas de producción de las fábricas, las máquinas de las minas y del petróleo, las containers de barcos, camiones y trenes, las turbinas hidroeléctricas y redes de energía, el transporte de carga y público, de los enfermos y heridos, la limpieza de oficinas, calles y hogares, los comedores y merenderos, la seguridad y prevención de incendios y catástrofes, a los niños y escolares, al comercio y la justicia, la administración, información y el entretenimiento?: la clase obrera.
“Yo creo, Señor Juez, que Usted no nos entiende porque somos de la clase trabajadora; somos como Cristo en la cruz. Nos crucifican, pero de seguro que vamos al Paraíso” (Cuentos del Espíritu que Camina)
Más que vergonzoso, es inhumano y cruel que un empresario diga que los obreros se deben para el beneficio del empleador y no para beneficio propio. Que los obreros son arrogantes y que deberían estar agradecidos al empleador que les ofrece trabajo. Y que, para disciplinarlos, hay que hacerlos sufrir con el desempleo. Pero… ¿Qué sucedería si se derrumbase el ficticio mundo financiero de papeles, bonos e intereses, -como ocurrió en el crack financiero del ’29, el efecto Tequila del ´94 o la debacle hipotecaria del 2008, todas crisis financieras internacionales- si ese mundo de ficción no existiese más de la noche a la mañana? Es pura irrealidad de papeles sobre papeles, mentira sobre mentira, deuda y especulación para vivir de intereses sin trabajar, como proponía Rockefeller. ¿Cómo crecería entonces la Economía con estos parásitos? Sustituir las importaciones en un comercio interdependiente con cada vez peores condiciones de desigualdad y mayor usura en el intercambio, es prácticamente imposible, cuando ese mundo financiero somete, empobrece y saquea a los países pobres inmovilizando su economía, y en ellos, especialmente a la clase trabajadora.
Por otro lado, ¿no es vergonzoso que sectores productivos altamente tecnificados y algunos hasta con inteligencia artificial, como el llamado “Grupo de los seis” conformado por los Bancos, la Bolsa de Valores, la Cámara de Comercio, la Cámara de la Construcción, la Sociedad Rural y la Unión Industrial, junto a políticos que nunca han sido trabajadores y obreros, se opongan a la jornada laboral de seis horas diarias, de lunes a viernes y no más de 36 semanales, reemplazando a la establecida en nuestro país desde 1929, donde por Ley es de 8 horas y no más de 48 semanales?
Es una reivindicación justa, más teniendo en cuenta que el obrero de hoy por la tecnología y complejidad de los servicios produce cuatro veces más que el de hace 40 años, sabiendo a todas voces que la calidad del trabajo producido depende de la calidad de vida del trabajador, y que en realidad lo que se está discutiendo es la distribución de las ganancias de la productividad, que en su totalidad se lleva el empleador. Esto no es, sólo es una necesidad para generar más empleo y mayor movilidad económica, sino que es una cuestión de justicia de darle a cada uno lo que le corresponde, medida que tiene que estar acompañada no por un achicamiento del salario, sino con uno superior al costo de vida, para vivir dignamente y progresar. La argentina es el país con más horas laborales de américa latina, con recursos económicos y políticos suficientes, teniendo en cuenta la gran producción de riqueza que logran nuestros trabajadores y que lamentablemente concentran los Grupos del Poder Económico. Hay ausencia no sólo de decisiones políticas al respecto, sino también ausencia de decisiones sociales de parte de la población, inmovilizada por los espejitos de colores mediáticos y la mentira que sostiene la desmemoria.
Sin embargo, no es verdad que todas las personas sean malas personas; ni las sociedades sean malas sociedades. Sucede que el escándalo de la maldad, perversión y frivolidad sobresalen más que lo bueno y es ampliamente publicitado, precisamente porque no es común. No obstante, hay verdad en decir que el amor y la bondad no sobresalen porque más que la maldad, abunda la tibieza.
Si todos fuésemos malos, ¿Quién sobreviviría?; si todos fuésemos ladrones ¿Quién tendría algo? La Ley y el Estado existen para regular la convivencia por la diversidad de la condición humana, donde se entrecruzan necesidades, intereses, deseos y ambiciones. Eso es natural, propio del ser humano, pero el tema está en que son atravesados tanto por el egoísmo que genera mezquindad, avaricia, odio y muerte como por el altruismo que conlleva generosidad, solidaridad, amor desinteresado y vida.
Sabemos que el exacerbamiento del egoísmo sólo puede ser combatido por la construcción perseverante de una mentalidad solidaria; pero vivimos en un mundo de tibieza, de un individualismo por la supervivencia a cualquier costo, y poco o nada de compromiso por el Otro. Entonces el camino de insistir con el ejemplo, pequeño o grande, en un pensamiento razonable hacia esa mentalidad solidaria que nos abroquele en una acción común es la única salida. Porque no son todos; ni todo el pueblo, ni toda la sociedad, ni todos los trabajadores, los obnubilados por la obscuridad de las conciencias; sino las minorías egoístas y sus ámbitos de influencia por persuadir, razonar y encaminar hacia el Bien.
Una sociedad justa y saludable es responsabilidad de todos, pero más aun de quienes nos representan en el gobierno en cuanto se deben a los mandatos populares, y que no son impunes, aunque se crean impunes, amparados por argucias legales y ausencia de tipificación de delitos políticos por no cumplir con la ciudadanía, pero no les quita que sean delitos, y punibles con retroactividad. La política que establezca la soberanía del Pueblo, es más que la Ley y puede cambiarla.
De todos modos, la clase obrera, por su paciencia y sufrimiento ante la injusticia, por su eterna esperanza de un mundo mejor donde tarde o temprano será protagonista, se irá nomás al Paraíso.