En 2014, Rocío Oliva, pareja de Diego Armando Maradona, filmó al jugador de fútbol en una situación de violencia. El video, que muestra al “diez” bajo el efecto del alcohol, culmina cuando éste la agrede físicamente. La filtración de este video generó una polémica esperable: quien es probablemente el mayor ídolo popular vivo de la Argentina fue expuesto como un varón violento y abusivo en el marco de una creciente concientización respecto a las múltiples formas que puede cobrar la violencia de género.
Para alguien que no es muy fanática del fútbol -como no lo es quien escribe-, no se volvió tan difícil utilizar esta prueba de violencia como forma de cuestionamiento a aquellos sectores progresistas que hacen oídos sordos a estos llamados a la concientización: ¿por qué es más fácil repudiar a figuras no tan populares ni significativas en el imaginario de la cultura masiva? ¿qué dificultades aparecen cuando una imagen de referencia en la sociedad se vuelve, de repente, objeto de repudio por acciones que están, de hecho, tipificadas como delitos?
Lo que sucede con la defensa irrefutable de la figura de Diego Maradona es sólo un ejemplo que sirve para pensar cómo la interpelación del “tu ídolo es un forro” incomoda y anula el análisis crítico de actitudes violentas. Si el ídolo es un forro y su carácter de ídolo depende de la construcción de todxs aquellxs que lo idolatran, entonces hay una parte de ese “ser un forro” que vive dentro de quienes lo idolatran. Y si quienes lo idolatran consideran imposible dejar de hacerlo por motivos ajenos a su actitud violenta, entonces se vuelve necesario ignorar, justificar o negar aquella violencia. “Tu ídolo es un forro” incomoda. Incomoda no solamente porque desplaza un fragmento de esa responsabilidad a quien alimenta su condición de ídolo, sino porque atenta contra una estructura fundamental de la cultura de masas que es el aguante. Dicho aguante, como bandera, como condición constitutiva de la alegría popular y masiva, se ve puesto en jaque al revisar el lado b de los objetos de idolatría. Entonces, ¿cómo confluye la ruptura del silencio respecto a las violencias contra las mujeres y el crecimiento siempre irrestricto de los fenómenos populares y masivos, particularmente en la construcción de ídolos?
La capacidad de repudio a las figuras públicas no pertenece solamente a quienes por motivos políticos, teóricos o de clase rechazan el embelesamiento de la cultura popular. Pertenece también a quienes, formando parte de movimientos masivos, comprenden que los movimientos sociales que impulsan la lucha en contra de las violencias implican un cambio rotundo y no solamente coyuntural. Y esos mismos movimientos comprenden, o deberían comprender, las particularidades de lo masivo y popular. Mientras la vara con la que se mide y juzgan las violencias es del orden racional, la pasión popular permanece bien resguardada en la justificación de lo sensible. La hegemonía de lo sensible en el plano argumentativo es, también, una forma de negación inconsciente. Y sin dudas representa y articula las formas de construcción de lo popular, dentro de lo cual se encuentran las figuras idolatradas. Es por esto que que el ídolo sea un forro es visto y rechazado, muchas veces, desde aquella matriz argumentativa. Pero la incomodidad, la angustia y la molestia son umbrales a través de los cuales se constituyen también los criterios para analizar estos casos sin recaer en el sentido común o la facilidad de justificar los ídolos por su trayectoria. El horizonte de la lucha feminista implica también que los ídolos del futuro crezcan y se consoliden en un contexto en el cual la violencia en contra de las mujeres no sea una opción.
¿Qué hay que hacer si tu ídolo es un forro? Al día de hoy, no hay consenso en torno a qué nivel de desplazamiento o repudio corresponde, sobre todo cuando muchos de los casos datan de hace varios años o implican violencias difíciles de judicializar. En principio conviene detenerse, informarse y observar críticamente las acciones de aquella persona de la que somos fanáticxs. Con la dificultad y la molestia que implique. Porque los ídolos del futuro tienen, si o si, que ser distintos a estos.