Tatuajes, banderas, perfiles de Instagram, murales. Las letras de las canciones conforman cultura porque quiebran la barrera del olvido y se vuelven parte del paisaje urbano y de una identidad colectiva. Más allá de las voces en las melodías, existe un detrás de escena que hace posible que una rima se imprima en un piluso o bautice un programa de FM: las horas que los letristas encarnan poesía, y cómo vuelven a cada estribillo para que se nos grabe en la memoria.
Algunos compositores dan un paso más para convertirse en autores publicados. En el papel, las poesías acaparan toda la musicalidad, para que el ritmo de las letras se vuelvan una canción que avanza, insaciable, sobre las páginas. Aquí en Indie Hoy, repasamos libros de cinco cantautores argentinos de los últimos años, para conocer cuáles son sus voces en el papel.
Desvío, de Fabiana Cantilo
Sudestada
Fabiana Cantilo escribe a contrarreloj. La apuran sus propios tiempos y los de un mundo que se sobrecalienta de frivolidad y desigualdad. Siente la presión de la finitud: no existe oportunidad para vivir todas las vidas, no encontramos un mundo para reemplazar este que ya se estalla. Pero, en ese distopismo, encuentra refugio en la poesía y reconoce que existe subsistencia en esa pasión.
Los primeros versos de Desvío, publicado en 2011, confrontan al lector con una certeza existencial y pesimista: “Mundo solo. Planeta fugaz”. Como imaginábamos, Cantilo no iba a permitir un destino sin brillo. El resplandor llega de su propia intimidad y en cada poesía despliega amores perpetuos, lazos con la naturaleza, abrazos a su padre y noches sin fin. Un recorrido que no desconoce temores ni el valor del azar, sino que se los apropia para volverlos motor, como expresa en su final, a modo de manifiesto: “Por fin, soltar, soltar, el control”.
Oferta de sombras, de Adrián Dárgelos
Sigilo
Convivir con las contradicciones y que nuestro único cuerpo crezca con ellas. Esa es la idea génesis de Ofertas de sombras que entiende que tener razón es un mero flash de autoestima y que la exploración del lenguaje puede ser un resguardo. En sus páginas habrá erotismo, vitalidad, humor y hasta cinismo. ¿Como en los temas de Babasónicos? No, porque acá nos escribe el Adrián Dárgelos (que ni siquiera se llama así) que hace zapping de madrugada, no el que enloquece a miles de personas en un estadio o abruma con su verborragia en las entrevistas.
Publicado en 2016, los versos del primer poemario del cantante son un continuum de autorespuestas ante un mundo hostil, permitiendo que una voz interna y conciliadora tome fuerza: pide “educar la espera”, “habitar secretos” o “aconsejar la broma”, mientras despoetiza (desembellece) las instituciones que lo atraviesan. Familia, policía, rock, religión. No hay clichés cuando hay sinceridad con uno mismo y cuando lo que se pretende, en última medida, es escucharse con claridad. Escuchemos, entonces, esa voz.
Poemas de los 20 en los 80, de Rosario Bléfari
Iván Rosado
Escribir sin un futuro: deconstruir las pretensiones libera la prosa. Ese es el escenario de Poemas de los 20 en los 80, edición que compila escritos de Rosario Bléfari guardados desde su juventud y transcritos tres décadas después. Entre los planes a futuro (“me destroza la edad”) y la sensación de que hay que aprovechar cada instante (“el cuerpo se niega a cambiar de postura, existencia querida, fatalidad en suspenso”), las inquietudes de la joven Rosario revelan cómo se construyó el mapa del torbellino indie.
“Cambiaría viento de nieve por humo azul. Eso es permitir la estafa”. Las palabras de Bléfari toman cuerpo: el lector puede rozar la ternura, abrazar las frustraciones, morder la sensualidad. Tener veinte años en la posdictadura implicaba andar siempre con un ojo abierto. En la mente de la autora, eso implicaba coquetear con la sorpresa de lo nuevo con el freno de mano puesto, aunque con la luminosidad y magnetismo que mostró en cada performance que la llevó por el cine, el teatro, la radio y la música. En su poesía, la frescura le otorga vigencia a unos versos que fueron escritos en los ochenta, publicados en 2019 y seguirán siendo disfrutados en el 2040.
Costurera carpintero, de Gabo Ferro
La Marca Editora
“La poesía de Gabo Ferro es la poesía de un mago. Alguien que puede hacer de las palabras siempre algo imprevisto”, señala Diana Bellessi en el prólogo de Costurera carpintero, la antología de 2014 que compila las letras de ocho discos del cantautor bonaerense. En el papel, esas letras se empoderan, se resignifican y comienzan a latir en conjunto, entre la androginia narrativa de Gabo y la voz del lector que se enfrenta a la desmesura.
En este poemario conviven todos los frentes de batalla que el autor abrió en simultáneo en su política artística. Contra la masculinidad, contra el lenguaje, contra el orden natural, contra los grises. Contra el sentido común. Contra la identidad impuesta. Gabo ofrece la pasión y la calidez de sus versos, cómplices en lo irónico, para combatir contra el espasmo del orden y el desencanto amoroso. “Donde suene mi voz, ahí es donde estoy”, afirma en “Cuando el futuro se fue”, y queremos escucharla -¡y leerla!- para también estar allí.
Verso, de Paula Maffia
Emecé
Una tapa texturada de flores, los dibujos de su propia autoría, las canciones que no paramos de cantar y las palabras que estremecen a la medianoche. Paula Maffia encontró una edición que logra sintetizar parte de su heterogeneidad artística e imprime poesías urgidas por sobrevivir. “Leer Verso es encontrarse con la poeta que a una le hubiera gustado ser”, destaca Camila Sosa Villada en la contratapa y abre una puerta: introducirse en Verso es habitar todas las posibilidades para ser que existen.
Publicado en 2021, Verso es seductor y, al mismo tiempo, parece un amor primerizo: expresa la torpeza del enamoramiento y la lascivia que provoca la honestidad. Pero también rodea a la supervivencia (“¿y qué mortal, acaso, no desea existir?”) sin cruzarse de brazos porque en su instinto creativo, en la voracidad por continuar cosechando experiencias, crea, se manifiesta: vive. Maffia es, en ese sentido, una insaciable creadora de trascendencias, porque en un mundo donde las stories se pierden en quince segundos e incluso sus propios tweets (algunos componen esta edición) se diluyen entre nuevos tópicos, ella sella en el papel emociones que acompañan al lector aún con el libro cerrado.