Jueves, 28 Noviembre 2024

Quien quiera oir, que oiga. Los últimos no están siendo los primeros

Publicado el Martes, 23 Agosto 2022 14:33 Escrito por

Cuentan que antiguamente los esquimales, cuando los ancianos dejaban de ser útiles, sus familiares los abandonaban en el desierto ártico a merced de los lobos y osos. Pero un día, un niño, acompañando a su padre que llevaba a su abuelo para abandonarlo, le dijo: “Papá, cuando seas anciano yo también te abandonaré, para que te coman los lobos”. A partir de allí, se rompió la costumbre.

En  nuestra sociedad argentina, los ancianos y los pobres no están en primer lugar. Además de los trabajadores –tanto informales como los que trabajan en blanco- hay millones de ancianos, jubilados y pensionados que ésta sociedad ha abandonado –desde hace muchos años- y también recluido, al último lugar dentro de las prioridades elementales y básicas de la supervivencia humana.

Si esa gran masa de trabajadores que ha ofrecido la mayor parte de su vida a la producción y progreso del país, con toda la expectativa y entusiasmo de todo ser que se asoma a la vida, cuando llega el momento de su retiro, en lugar de recibir beneficios y una remuneración mayor a la de cualquier trabajador, por su contribución precisamente de vida, como no está vinculado ya a la producción, se le posterga injusta e impiadosamente. Sin importar si muere.

Postergación no sólo económica, sino en servicios básicos de respeto, cuidado y mantenimiento digno de su vida, como los de salud, medicamentos, alimentación, vivienda, finanzas, energía, comunicaciones y excepción impositiva. Porque no se muere solamente por baja remuneración o jubilación, se muere por un deficiente, inaccesible o ausente servicio sanitario, maltrato, abuso, pobreza, aislamiento o carencia de expectativas, utilidad y contención.

Hay derechos contemplados y acordados en la Convención Interamericana sobre los Derechos Humanos de las Personas Mayores que en la práctica ni las sociedades ni los gobiernos los respetan totalmente; además del derecho al trabajo sin discriminación por la edad, derecho a la justicia, educación y cultura, a un medio ambiente sano con recreación, esparcimiento y deporte, a la accesibilidad y movilidad personal, a la prevención de situaciones de riesgo y emergencia humanitaria, el derecho a la seguridad física y vida sin violencia, al consentimiento libre e informado de salud, a la independencia y autonomía como así mismo derecho al crédito, a la administración de sus propias finanzas sin abusos.

Lamentablemente los ancianos se encuentran ante una situación de dependencia y subordinación, aunque estén jubilados; o viven solos, o son jefes de familia con cuidado de hijos discapacitados y nietos, o mantienen hijos desempleados. Muchos de ellos sufren, de parte de familiares, de jóvenes o de la sociedad activa en general, la desatención y el desprecio, debido al soberbio culto a la juventud y a la existencia productiva, el rechazo a la muerte y  finitud que tiene esta sociedad hedonista y materialista.

También hay segregación y mala calidad en el cuidado -especialmente de los que requieren mucha atención-, tanto en las instituciones públicas, geriátricos e instituciones como en la misma familia y desde el Estado. En la familia, porque la sociedad tiene miles de justificaciones económicas y culturales para legitimar que es incapaz de aceptar la diversidad social que produce la evolución etaria, lo que proporcionaría el trato igualitario que merecen todos los ciudadanos; en el Estado, porque no garantiza políticas públicas de vida digna a sus mayores ni financiamiento del cuidado, para los cuidadores familiares o extra-familiares.

Los indigentes, ancianos y jubilados están en el mismo nivel, porque experimentan que no se respetan sus derechos; y son los más vulnerables en la pobreza. Muchos no alcanzan la edad exigida o los años de servicio laboral establecidos para jubilarse, ya sea porque están desempleados u otras situaciones, además de la ausencia de flexibilidad para que accedan a un trabajo o a un crédito justo, siendo también vulnerados en su patrimonio por privados, aprovechados, el Estado o familiares, y de ningún modo son titulares reconocidos de derechos. No tienen participación, ni sindicalización, y si tienen jubilación o pensión cobran una miseria, están desamparados o en vías de desamparo. Lamentablemente “no es la vejez la que dificulta el ejercicio de los derechos humanos, sino que es la concepción de vejez, la que niega el goce de esos derechos”.

 (En la mesita de luz de un estudiante de medicina, había un cráneo con un escrito en la frente que decía: “Yo soy lo que tú serás”. Un jubilado y anciano, nos están diciendo lo mismo. No sólo al trabajador activo, también a los  responsables de políticas públicas).

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