Lunes, 25 Noviembre 2024

El mal desembozado o la muerte del hombre

Publicado el Jueves, 09 Noviembre 2023 10:27 Escrito por
Los jinetes del apocalipsis - Salvador Dalí. 1970 Los jinetes del apocalipsis - Salvador Dalí. 1970

Evidentemente estamos asistiendo no a la muerte de Dios, sino a la muerte del Hombre. Y Dios no ha muerto, aunque hayamos buscado otros dioses: el dinero, el placer, el individualismo absoluto, y el odio al prójimo. Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. Cuando el filósofo Nietzsche habla de “la muerte de Dios”, se refiere a la muerte del Estado autónomo, y a la conciencia desventurada del Hombre, donde Dios ya no es aceptado como referencia moral y fin último, y se rechaza todo orden cósmico y de valores absolutos, objetivos y de una ley moral universal –ni siquiera de convención, de cada cultura o de acuerdos puntuales como sostienen los postmodernos-, que dejan al Hombre en la Nada, en el Nihilismo, y desde esa soledad absoluta, compelido a buscar el verdadero fundamento de los valores; cristianos y humanos.

Pero, su propuesta de que, si no hay más valores divinos, se hace necesario conservar un sistema de valores construidos, lo que en realidad sigue siendo una visión antropocéntrica, resabios del Sujeto de la Modernidad etnocéntrica del europeísmo. Al vacío existencial de Dios, de toda norma y ley, sugiere que el hombre tiene que tener la valentía, además de renegar de toda Ley, de llenarlo con sus propios valores y ser dueño de sí. Pero este llamado “el último hombre” autodenominado a sí mismo “hombre superior” que por este “endiosamiento” no va a reconocer a ningún Poder por encima de él mismo, es una propuesta en definitiva europea, que no reconoce otras culturas y otros valores que la Historia de ese continente ya ha dado y sigue dando como mal ejemplo de lo que no es humano.

El Mal desembozado, es aquel que se hace “a cara descubierta”, sin ningún cuidado ni recato, sin atenerse absolutamente a ninguna consecuencia. Menos aún por respeto o temor a la Ley y a cualquier norma, consideración o costumbre social. Y cuando ello sucede, como vemos cotidianamente, ya no sólo por los Medios de Comunicación y en las Redes Sociales, sino en las manifestaciones multitudinarias públicas de odio, es porque estamos asistiendo indiferentes y por tanto cómplices, a los dolores de parto de la violencia y muerte incipientes. 

Ya no hay ni siquiera prudencia y control de las emociones desbordadas. Se expresan pública y masivamente. Las palabras “aniquilar”, “matar”, “aplastar”, “desaparecer” se repiten incesantemente, como la enseñanza previa a los soldados que van a la guerra, donde les hacen desaparecer de sus mentes y sentimientos todo prurito moral, de dignidad y respeto a la vida humana para inducirlos al crimen al que se los compele.

La asiduidad con que se insiste y se exacerba sin pudor e inhumanamente a estos sentimientos, hace que muchos los naturalicen sin reaccionar, siendo después demasiado tarde para visibilizar su realidad cuando se sufran en carne propia. Serán como corderos llevados al matadero.

Si somos incapaces de detener al odio y a la violencia, al negacionismo del crimen y opresión, si dejamos que tenga lugar el mal desembozado, la quita expresa de bienes públicos y conquistas sociales que nos pertenecen a todos, entonces estamos desconociendo las luchas de quienes ya no están y por los cuales estamos usufructuando esos logros, y que aún queda mucho por ganar y conquistar. Si no detenemos lo que es malo, ya no tendremos en lo inmediato la posibilidad de ir por más derechos, por una mejor vida de progreso, aunque sea de lucha, porque habremos desesperado de darle una oportunidad a la esperanza de lo justo con lo bueno, a la solidaridad con el cuidado y darle el abrazo al otro, en lugar de escupirle la mano y abandonarlo al naufragio de su suerte.

Sin amor y solidaridad, no hay cambio posible. Sin compromiso por lo bueno y justo, no hay cambio posible. Sin la resistencia al mal, al odio y a la violencia, no habrá paz y seguridad posibles. Si prevalece el odio, estaremos a la intemperie del desconcierto y desprotegidos, porque el odio nunca protege, destruye a los que amamos. Entonces, si muere el amor, seremos testigos últimos de la muerte del Hombre.

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