Viernes, 22 Noviembre 2024

La insensibilidad social o el desarme de las conciencias

Publicado el Lunes, 30 Septiembre 2024 09:18 Escrito por

Hay que desarmar las conciencias de la insensibilidad social. Más allá de la indiferencia, de que los problemas se ocupen otros, de ausencia de empatía social, individualismo o resignación a la imposibilidad de un cambio, nada es tan grave como la insensibilidad social. Es directamente ignorar al Otro.

Esa insensibilidad es el síntoma de una conciencia que ya no siente, atrapada en una telaraña paralizante, cómoda, y en realidad cobarde. Y de miedo. Hay que desterrar el miedo si queremos ser libres.

“Agraviados en nuestra dignidad, heridos en nuestros derechos, despojados de nuestras conquistas, venimos a alzar en el punto donde otros las dejaron, viejas banderas de lucha”

Rodolfo Walsh

Desarmar las conciencias de la insensibilidad social, es una consigna de lucha frente a la indiferencia, a la frustración de los que se sienten fracasados y traicionados por sus dirigentes, pero que prefieren desde su cobardía no intentar nada y sí criticar a los que se atreven. A los que no se resignan a estar paralizados, inmóviles, y se atreven sin miedo a enfrentar la injusticia y lo que no corresponde.

Hay que desarmar las conciencias de la mentira que deforma la realidad en las mentes, mostrándose como verdadera. Las medias verdades y las medias mentiras no existen; siempre son mentiras, y peor que la duda, que es nada.

Desarmar las conciencias es descubrir que el peor enemigo es la mentira del Poder, que en nombre del Bien produce el Mal, negando la vida digna. Desconoce la humildad y abunda en soberbia. Trae la muerte, y no hay en ello vida ni esperanza.

Con lo electoral solo, no vamos a cambiar el sufrimiento de nuestra sociedad. Eso es engañarse, porque está muy claro que nuestros representantes elegidos por voto popular de cualquier signo, una vez en el Poder nos traicionan, no cumplen con los mandatos conferidos, atienden a sus propios intereses particulares, de bloque, de Partido, estafando al Pueblo. Aunque no lo diga la Ley, es un delito.

Tenemos que pensar por nosotros mismos, sin dejarnos engañar por el Discurso del Poder. Hay que cambiar las estructuras de desigualdad y exclusión de una vez por todas para que todos los argentinos sin excepción tengamos una vida digna. La Constitución, sin la vigilancia y poder de coerción del Pueblo, es letra muerta, sujeta a la codicia del Poder. Ello nos compele a construir una conciencia de solidaridad colectiva, que se ponga en camino para construir instituciones que aseguren esa vida digna, el bienestar y el progreso, como base inamovible de cualquier Derecho Justo, libre de las decisiones y arbitrariedades personales y corporativas.

El cambio lo tenemos que hacer desde el corazón, desde la razón, desde la conciencia, sin esperar que otros lo hagan por nosotros. Comenzamos cuando decidimos pensar y actuar por sí mismos, dejando de pensar como otros quieren que pensemos, y hacerlo en Comunidad.   

La moral y la ética no son actitudes ilusorias ni soñadoras para la lucha política. Constituyen el verdadero fundamento de la lucha política. No son irreales, constituyen la verdadera realidad que sostiene cualquier lucha. Si los que dedican a la Política no están a la altura de esta exigencia, son reos de Justicia Popular.

Para la Justicia Social siempre hay que visibilizar la injusticia, porque de lo que no se puede ver, no se puede hablar, y de lo que no se puede hablar, no se puede decir nada ni combatir. El Poder de la codicia, cuanto más fuerte, más invisible es, porque se esconde tras la mentira disfrazad de verdad.

Es hora de dejar de lado los pre-juicios, los pre-juicios ideológicos, las suspicacias a la defensiva sobre la libertad de pensamiento y creencias de las personas, sin perjuicio también de cuidarse de ellas, que es un modo de cuidarnos y cuidarlas también. Y lo más importante, dejar de lado el miedo, porque está en juego algo más que la vida, la vida de los que dependen de nosotros. Si no tenemos en claro estos conceptos de una convivencia justa y saludable, que exigen además de compromiso, valentía, estamos estorbando y perdiendo tiempo en cualquier lucha. Buscamos lo mejor para todos, y no para algunos.

Hoy, el desafío va más allá de la lucha electoral y política; es el desafío de recuperarnos a nosotros mismos, y lo más difícil: recuperar al otro hacia la lucha solidaria, necesarios ambos para restaurar los lazos sociales rotos por la codicia de unos pocos, y por la confianza envilecida que los políticos, sindicalistas, medios de comunicación y gobernantes han ocasionado entre nosotros.

Empezar a confiar y a generar confianza con el ejemplo es no dejar que nada atente contra la dignidad de las personas. Y no tolerar, ni ser tolerante con los engañadores, los clientelistas, los ilusionistas de siempre. Ello no desmerece ni a la Política ni al Sindicalismo; al contrario, es necesario purgar duramente a la Política y al Gremialismo. La necesidad de la gente no justifica dilaciones de tiempo ni negociaciones “tácticas”; cuando se sufre, se muere.

Hay que actuar. Con pequeñas acciones, acompañando a los que exigen reivindicaciones por despidos del trabajo, bajos salarios, desatención y lucro en la salud, saqueo a los jubilados, ayuda a un comedor, amparo a las personas en situación de calle, hablar con los desanimados... Realizar un solo acto de solidaridad es amor real, un hecho de voluntad, es la vida en absoluto.

“Sólo el Pueblo salvará al Pueblo”

(Frase del Texto fundacional de la CGT de los Argentinos, en su “Programa 1º de Mayo”)

Tampoco hay que dejarse usar, y atrevernos en cambio a sentirnos libres de iniciar nuevos caminos, construir alternativas, despertar conciencias, despertar Poder. Para ello hay que llevar esperanza en todo momento, mostrando el camino cierto y posible de que el bienestar social es una necesidad y un derecho.        

Por último, hay que propiciar que la gente desde sus contextos se reúna, se organice, decida y actúe por su cuenta, para que vaya descubriendo sus capacidades y creatividad de cambiar lo que se necesita cambiar, porque sólo ellos mismos diseñarán un mundo mejor.

 

 

 

 

 

               

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