Domingo, 24 Noviembre 2024

Gubernamentalidad algorítmica

Publicado el Viernes, 01 Marzo 2024 15:26 Escrito por

Como todos los Viernes , el Profesor de Filosofía Guillermo Ricca visitó al equipo de Mi Primera Chamba y dejó vartias reflexiones acerca de la tecnología y su influencia en nuestro ser, como así también en la conformación de las sociedades modernas.

En un recorrido por diferentes autores, Guillermo nos deja sorprendidos al comprender la relevancia de esta nueva manera de organización social intervenida por dispositivos tecnológicos que cada vez influyen más en nuestras vidas.

Gubernamentalidad algorítmica: ¿asistencia, cuidado o control con goce? 

Por Guillermo Ricca

A comienzos de los años 90 Gilles Deleuze retomó un concepto que Michel Foucault había desarrollado en uno de sus libros más celebrados: Vigilar y castigar, nacimiento de la prisión;  un libro que permite conocer la racionalidad de gobierno de las sociedades modernas, a las que el propio Foucault denominó “sociedades disciplinarias”. Las sociedades disciplinarias se crearon y se reprodujeron a partir de dispositivos y tecnologías de encierro: la cárcel, el hospicio, la fábrica, la escuela, la familia…

El texto de Deleuze es breve, es una nota, una posdata, se titula “Posdata a las sociedades de control” que marca una transformación importante de las sociedades modernas: el paso de la disciplina al control. Las sociedades de control ya no necesitan el dispositivo del encierro como modo de disciplina miento: si la disciplina demanda rigidez, el control, al contrario, demanda flexibilidad, produce un tipo de modulación que hace que los sujetos puedan adaptarse y estar en órbita todo el tiempo, como los electrones de un átomo.  Es decir, muta la tecnología de gobierno: ya no es necesario crear estructuras de vigilancia ni de gobierno porque en cierto sentido que debemos precisar en esta columna, todes nos controlamos y gobernamos a nosotros mismos, no de manera estoica ni abnegada sino algorítmica. Los algoritmos que están presentes en, el sentido fuerte, a cada instante de nuestra vida cotidiana, cumplen esa tarea Sobre nosotros y con nuestra ayuda, nuestra cooperación.

Deleuze, una vez más: en épocas en que nacía la World Wide Web, lo que llamamos Internet, él supo ver que las tecnologías del giro computacional y de la hipótesis cibernética reemplazarían las tecnologías basadas en el encierro para obtener gobernabilidad. La idea de la gubernamentalidad, de un poder que hace que los seres humanos se autogobiernen y deseen el gobierno, Foucault la rastreó hasta la antigüedad griega: se fue a ver como los estoicos desarrollaban lo que el denominó tecnologías del yo: tecnologías de control de sí, de gobierno de sí: todo el helenismo, es eso, formas de cuidado de sí, de autogobierno en todos los aspectos de la vida: en la erótica, en la dietética, en la relación con los otros, etc. Todo eso Foucault lo desarrolló en un curso impresionante que se titula Hermenéutica del Sujeto. Ahora bien, como dice Carlos Manolo Rodríguez, un investigador argentino, del CONICET, que trabaja muy bien y desde hace décadas estos temas:

“Como dice el colectivo Tiqqun en su notable La hipótesis cibernética, Foucault se fue hasta los griegos, los romanos y los primeros cristianos para rastrear algo que le era contemporáneo y tenía frente a sus ojos: la cibernética, ciencia que estudia la comunicación y el control en animales, humanos y máquinas. El vocablo viene de kubernetes, el piloto, el que guía y comanda una nave, un término que el propio Foucault trabajó en el curso Hermenéutica del sujeto.

Pues bien, la cibernética es una ciencia del gobierno que, además, puso en marcha el complejo tecnológico centrado en la información que será luego la base material de las sociedades de control. Sería interesante imaginar qué hubiera pasado si Foucault y Deleuze, y por extensión buena parte de la filosofía francesa de la segunda mitad del

siglo XX, que supo ser faro intelectual para tantos, se hubieran tomado en serio los desafíos planteados por la cibernética como invención propiamente gubernamental, y

no sólo como un atrevido saber antihumanista”[1].

Es cierto que para los fundadores de la hipótesis cibernética la traducción de todo, leáse: los comportamientos humanos y no humanos a información, a datos, a código binario transparentaría los procesos sociales; de hecho, buena parte de la gubernamentalidad de los algoritmos es el resultado de inventos como Napster o Bit Torrent: sistemas colaborativos que comparten datos. Un sistema horizontal y colaborativo…bueno, era el sueño hippie que está en los orígenes de Sillicon Valey, como dice Eric Sadin: De los Greatefull Dead a Windows X, (XI), diríamos hoy. Todo este proceso tiene un origen contracultural y, en algún sentido, no diría que anticapitalista, pero si post capitalista—algo que nos va a llevar en un ratito a ver qué dice otro muchacho que se las trae—se las traía, en realidad, porque se suicidó en 2017—me refiero al británico Mark Fisher.

Pero eso no sucedió, al contrario, los mismos investigadores en estas temáticas reconocen que el proyecto de informatizar la sociedad implicaba una suerte de caja negra, similar al enano que mueve las piezas del ajedrez en el famoso cuentito de Walter Benjamin que está en la primera de las tesis del concepto de historia. Benjamin dice que hay un autómata que juega al ajedrez y siempre gana, lo que nadie sabe es que adentro de la mesa hay un enano deforme que mueve las piezas por el autómata. Ese enano dice Benjamin ahí, es la vieja y fea teología, el autómata es el materialismo histórico. Hoy sería al revés: el autómata es el capitalismo y el enano es el algoritmo…

Un algoritmo es un conjunto de instrucciones que hace que las computadoras ejecuten lo que les pedimos. Ahora bien, las apps son también conjuntos de algoritmos, las redes son conjuntos de algoritmos y así sucede con todo nuestro mundo digitalizado.  ¿Qué sucede? Sucede que cada vez le delegamos más cosas a los algoritmos. Hay algunos investigadores que hablan, por ejemplo, de “Cultura algorítmica” porque son los algoritmos los que han asumido el trabajo de la cultura: sugerirnos películas, música, personas con las cuáles encontrarnos, “amigos” en facebook, gente que tal vez conozcas en Instagram, gente a quien seguir en X, etc.

Estamos asistiendo al “gradual abandono del carácter público de la cultura y la emergencia de una nueva estirpe de elite cultural que afirma ser lo contrario” (Striphas, 2015: 395), por la sencilla razón de que los algoritmos que van conformando las pautas y elecciones culturales se invisibilizan como tal, se ocultan en tanto proceso de selección de los contenidos culturales. En la visión de algunos investigadores, los algoritmos hacen creer en la existencia de una transparencia que permite el acceso a todo cuando en realidad personaliza a través de medidas estadísticas que no tienen nada de personales. Crean en los sujetos la ilusión de una singularidad que es efecto de la estadística, y ésta, a su vez, efecto de un procesamiento de información.

El creciente desarrollo de algoritmos para asistir la elección cultural—o política—sustituye a una serie de instituciones como la crítica cultural, la academia, la educación, etc. Crea los criterios del gusto y de la elección política por fuera de las instituciones de la tradición humanista, y de la tradición republicana, ciudadana, podríamos decir. ¿Cómo lo hace? Creando sincronizaciones colectivas y sociales de la diacronía psíquica. Estadísticas en tiempo cuasi real, basadas en perfiles, que, son a su vez, algoritmos, conjuntos de datos que hacen posible esas sincronizaciones. Se pasa así, como dice Eric Sadin, del sujeto de la tradición humanista que para tomar esas decisiones necesitaba pasar por las instituciones que le transmitían los criterios de selección cultural, al individuo algorítmicamente asistido que “delega” esos criterios a las apps. Ese individuo asistido del que habla Sadin es un perfil—está dentro de la Matrix—para utilizar una metáfora de viejos como nosotros (jjjaja)…lo perturbador es el que el perfil produce un “efecto de identidad” de tipo performativo: hace que hagamos ciertas cosas, que elijamos cierta música o que de acuerdo a nuestro estado de ánimo, también inducido algorítmicamente—ya vamos a ver lo que dice el propio Sadin sobre las redes sociales que son básicamente tramas de ciertos afectos/pasiones y no otra cosa que sirven para vender cosas a gente afectada de esa manera…recordemos el caso del Brexit y de la empresa Cambridge Analytica que, dicho sea de paso, trabajo en la campaña  de Macri en 2015…

Si partes cada vez más crecientes de la vida cotidiana transcurren en las redes, pues, no sólo los perfiles se transforman en espacios privilegiados para la constitución misma de las identidades, sino que también constituyen la base de ejercicio de una vigilancia “distribuida e inmanente”, al decir de Bruno, como nunca antes: distribuida porque ya no es preciso situar al individuo en un lugar fijo, sino que lleva consigo aquello que lo vigila (el móvil) y a través de lo cual puede vigilar; e inmanente pues, al transformar cualquier interacción comunicacional en dato, los sistemas de vigilancia ya no necesitan situarse en un punto trascendente de mira (el ojo de dios imitado por el panóptico, o la cámara que mira desde arriba una calle en la madrugada) en la medida en que cualquier aspecto de la vida social queda registrado sin esfuerzo alguno por “espiarla”. Si en 1984 Winston Smith buscaba aquel lugar que estuviera al abrigo de la mirada del Big Brother todopoderoso, hoy, en cambio, quedarse sin cobertura de red despierta una angustia casi insoportable.

Vivimos en una sociedad de metadatos, como dice Pablo Manolo Rodríguez. Esa sentencia es más verdadera que la que dice que vivimos en una sociedad democrática. Humanidad asistida, cultura algorítmica—cultura de las máquinas—o perfiles que nos sustituyen. Estos diagnósticos ¿qué vienen a decir? Que los algoritmos funcionan como los enunciados que analizó Foucault en La arqueología del saber: son pragmáticos, formas de hacer hacer, son performativos: nos hacen ejecutar ciertas performances…No tenemos un Big Brother, tenemos Big Data y la vigilancia es inmanente, el control no es paranoico sino gozozo, por eso dice Žižek que lo que la época ordena y todos ejecutamos mansa y ordenadamente es: ¡goza! Es lo que el inconsciente de la época ordena. Es lo que el algoritmo, mientras nos asiste, nos gobierna, ordena sin dar órdenes.

El otro tema es que la gubernamentalidad de los algoritmos produce subjetivación. Es decir, nos hace ser cómo somos. Eso antes pasaba por muchas instituciones: familia, escuela, iglesia, clubes de barrio, calle, música, revistas, bibliotecas, barra de amigos/as, etc. Hoy el Big Data hace eso y borra las huellas de ese proceso…de manera tal que se genera en nosotros también la ilusión o fantasía de que todo lo que sucede vía algoritmos es, en realidad, nuestra elección, soberana y personal. Hasta íntima, me animaría a decir.

Es interesante en este sentido lo que dice Eric Sadin en uno de sus últimos libros, La era del individuo tirano, en relación a como operan las redes sociales: básicamente producen la sensación de ser una celebridad, estimulan el ansia de celebridad, un poco como en algún momento lo predijo Andy Warhol: “En un futuro no tan lejano todos tendrán sus quince minutos de fama”. La búsqueda de likes es casi el imperativo diario del goce para millones de personas. Pero, además, las redes fragmentan y aíslan, y de esa manera generan una sustracción respecto de lo público, de los asuntos públicos que, generalmente va unida a un resentimiento por todo lo que no fue, que no es poco, en un país con la historia económica y política de la Argentina. Por otra parte, crean, especialmente “X”, una especie de griterío en el que todos hacen catarsis y nadie comunica nada, una suerte de espectáculo del griterío…Si un filósofo político del 1600 viera esto, un Baltasar Gracián, por caso, no saldría de su asombro al ver una suerte de alboroto sincronizado de lo que por entonces se denominaba chusma: gente que opina de todo sin saber casi de nada. Las redes son el empoderamiento de la chusma que, es el reverso de la desaparición del sujeto político y de la ciudadanía.

 

 

Quisiera terminar con una cita de este libro de Eric Sadin en el que se rescata del olvido una importante reflexión de Hannah Arendt, quizás la única liberal democrática entre los filósofos liberales.

“La acción, a diferencia de la fabricación, es imposible en el aislamiento. Estar aislado es lo mismo que carecer de capacidad para actuar” dice Arendt. Lo cuál es un consecuente con un modo subjetivación que todo lo pasa por el prisma narcisista del espectáculo de sí mismo. En tal estado de cosas, el conocimiento crítico del mundo y la acción para transformarlo, languidecen.

 

La pregunta que queda es si hay lugar par algo así como un deseo por fuera de esta gobernabilidad…o, como lo planteó Mark Fisher en su momento ¿Hay deseo poscapitalista? ¿Qué quedó o queda de la agenda de la contracultura de los sesenta setenta? Pero es tema para otro viernes

[1] Pablo Manolo Rodríguez, “Gubernamentalidad algorítmica”, Buenos Aires, Revista Barda, n° 6, 2018, p 14.

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