A la edad de 19 años, Alberto se encontraba en las Islas Malvinas como soldado argentino, enfrentándose al hambre, el frío y las difíciles condiciones de combate.
Durante su tiempo en Malvinas, Alberto se encontró con escasez de alimentos, pero recibió un envoltorio de chocolate de taza Godet de 150 gramos, que se convirtió en una rara golosina. La envoltura tenía una etiqueta que decía "Suerte" y otra con el nombre "Verónica", pero nunca supo quién era Verónica. Además del chocolate, recibieron cartas anónimas que les daban fuerzas y les recordaban que el pueblo argentino estaba con ellos.
En su trinchera, Alberto dejó enterrado el Salmo 91 que su tía Noemí le envió en una carta fechada el 13 de mayo de 1982. Si alguna vez regresa a las Islas, planea buscarlo para cerrar esa parte de su historia.
Después de su regreso a Argentina, Alberto pudo traer consigo solo lo que pudo llevar en ese momento: el envoltorio del chocolate, varios paquetes de cigarrillos, dos cajitas de fósforos, la chapa de identificación y la ropa que llevaba puesta. Cuando se le pregunta qué más le hubiera gustado traer consigo, responde que le hubiera gustado traer la recuperación de las Islas Malvinas.
La historia de Alberto revela las duras condiciones a las que se enfrentaron los soldados argentinos en Malvinas. Experimentaron el constante peligro de los ataques enemigos, el frío implacable y la falta de suministros adecuados. A pesar de todo, encontraron consuelo en la camaradería, el apoyo mutuo y la fe.
Después de la guerra, Alberto luchó con las secuelas psicológicas y emocionales, recibiendo tratamiento psiquiátrico y participando en grupos de veteranos. Después de 25 años, pudo hablar sobre su experiencia de enterramiento y castigo con la jueza Mariel Borruto, quien investiga las denuncias de torturas a soldados argentinos por parte de sus propios compañeros en Malvinas.
Alberto finalmente cumplió su sueño de regresar a Ushuaia, "la ciudad de la luz", después de 40 años. Su viaje estuvo lleno de emociones intensas y fue recibido con calidez y reconocimiento en cada lugar que visitó. Ahora, se dedica a organizar la primera vigilia en Casilda por los 40 años de Malvinas, contribuyendo a mantener viva la memoria de los caídos y los veteranos de guerra.
Aunque aún hay preguntas sin respuesta y heridas que perduran, Alberto ha encontrado la fuerza para perdonar y seguir adelante. Su objetivo es ser la voz de aquellos que no pueden hablar y compartir la verdad de lo que vivieron los soldados argentinos en Malvinas.